Acerca de
la
Bioética
Entrevista al doctor
Jouve de la
Barreda
por Javier Romero
Samper
Se hace un repaso general y muy
documentado a diversos temas de bioética, tan actuales. Muy necesario conocer
para no dejarse manipular por los media y tener una postura clara en asuntos que
afectan a la dignidad del ser humano. Por la excelencia del entrevistado
consideramos muy importante su lectura
"Son violados los principios por las
palabras. La Ética y las Ciencias quebrantadas por caprichosas prioridades".
Entrevistamos al doctor Jouve de
la
Barreda,[1]: especialista en Bioética, que aclarara algunos
conceptos
Pregunta.- El Dr. Manuel Albadalejo, en el prólogo a la obra
“Introducción a la
Biojurídica” de la Dra. Mª Dolores Vila-Coro (Servicio
Publicaciones Facultad de Derecho, U.C.M., Madrid, 1995) comenta:
“la
Biojurídica, cuyo objeto sea la preparación y estudio de las
nuevas leyes y el seguimiento de las actualmente vigentes, para garantizar su
debida fundamentación en la dignidad del hombre y en el respeto y protección de
la vida humana.” Objetivo de la Biojurídica serían,
resumidamente, regular tanto la investigación científica como la práctica médica
conforme a los principios recogidos por la Bioética. La propia doctora
define esta nueva rama “como la
Ciencia que tiene por objeto la fundamentación y pertinencia de
las normas jurídico-positivas, de ‘lege ferenda’ y de ‘lege data’,... su
adecuación a los valores de la Bioética.” Aunque luego
iremos desgranando varios aspectos más concretos, a modo de introducción: doctor
Jouve, ¿podría comentarnos el surgimiento y evolución, así como el contexto
sociohistórico, tanto de la
Bioética (Potter, Cappelletti, Sgreccia,...) como de
la
Biojurídica (Martínez del Val, D´Agostino,...
)?
Respuesta.- El término Bioética fue acuñado por el médico
oncólogo y humanista norteamericano Van Rensselaer Potter, de la Universidad de
Wisconsin (EE.UU.), que lo utilizó por vez primera en 1970[2]. La propia palabra
bioética, es el resultado de la contracción de los términos que definen dos
disciplinas claramente distintas, una científica, la biología (bios), y otra
relacionada con la filosofía y los valores humanos, la ética (ethos), lo que
revela claramente su campo de actuación. Esta rama del conocimiento humano nació
en el ámbito de la
Medicina, y adquirió su carta de naturaleza de gran relevancia
en las ciencias biomédicas desde un principio. Su papel inicial fue orientado
como el estudio interdisciplinar del conjunto de condiciones que exige una
gestión responsable de la vida humana. Según esta concepción la bioética
trataría de analizar las implicaciones que para la salud humana tienen los
descubrimientos biológicos, a cuyas aplicaciones trata de dar un sentido moral,
mediante la distinción de lo que es bueno o malo. Su papel sería el de procurar
dar solución a los conflictos de valores en relación con un comportamiento
humano aceptable en el dominio de la vida y de la muerte. En este mismo sentido
se pronunció el Dr. Warren T. Reich[3], profesor de Etica y Religión de
la
Universidad de Georgetown (EE.UU.), que definió la Bioética como "el estudio
sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y del
cuidado de la salud, en cuanto que esta conducta es examinada a la luz de los
valores y principios morales". Monseñor Elio Sgreccia[4], Vicepresidente de
la Academia
Pontificia para la Vida, concreta algo más al definir la
bioética como “la reflexión sistemática sobre cualquier intervención del hombre
sobre los seres vivos. Una reflexión destinada a un arduo y especificó fin:
identificar los valores y las reglas que guíen las acciones humanas y la
intervención de la ciencia y de la tecnología sobre la vida misma y la
biosfera”. Como vemos, es esta una definición que se escapa de las actividades
científicas aplicadas a la medicina y se dirige a un ámbito más amplio, haciendo
alusión al conjunto de los seres y de la biosfera. De este modo y resumiendo, la
bioética sería una nueva rama del saber que trata de encontrar normas basadas en
principios y valores morales como es el respeto a la persona y la dignidad
humana, para orientar sus actividades en el campo de biología, y en particular
en las actividades de la biotecnología. Desde mi perspectiva de biólogo y
genético, creo que esta es una concepción más moderna y acorde con la ciencia
aplicada que es posible en el umbral del siglo 21 en que nos encontramos, dada
la realidad que supone el aislamiento de genes y células, y la posibilidad de
modificar los sistemas biológicos naturales, o incluso de producir nuevos
sistemas por encima de las barreras de la reproducción natural, con múltiples
derivaciones que trascienden a una sola especie.
La Biojurídica es la respuesta desde el mundo del derecho al
surgimiento de la
Bioética. El profesor Francesco D’Agostino[5], catedrático de
Filosofía del Derecho de la
Universidad de Roma, opina que, “como disciplina que mira a
elaborar una respuesta social a las nuevas posibilidades de la biomedicina, la
bioética no puede limitarse a legitimar a priori lo que es factible gracias a la
innovación tecnológica, en virtud del principio comúnmente compartido, y sobre
el que reposa la ética como disciplina normativa, según el cual no todo lo
factible es por eso mismo lícito”. Y añade “la labor quizás más urgente de los
juristas de hoy es probablemente la de restituir un significado al derecho de
familia, sometido a una continua erosión en el plano ideal, normativo y social,
uniéndolo a su función reproductiva y verificando su compatibilidad con las
nuevas técnicas de reproducción asistida. El jurista debe percibir ahora más que
nunca que el derecho está llamado a salvar el encuentro del hombre con la mujer,
como garantía del vínculo intergeneracional y no como simple, aunque noble,
alianza efectiva interpersonal. El jurista debe asumir por lo menos una parte de
la relativo a la labor de desmitificación de la egolatría”. Del mismo modo se
pronuncia la doctora María Dolores Vila-Coro, licenciada en filosofía, doctora
en derecho, y directora del doctorado de la cátedra de Bioética y Biojurídica de
la UNESCO, en
su reciente obra “La bioética en la encrucijada”[6]. En la que señala “los
avances científicos han dado lugar a nuevas realidades sobre las que hay que
tomar posiciones ¿qué hacer con los embriones congelados?, ¿es lícito el
aborto?, ¿lo es la eutanasia?, ¿que implicaciones morales tiene la clonación?,
¿se debe permitir la adopción de niños a parejas de homosexuales?. Para la
doctora Vila-Coro, la
Biojurídica es una nueva rama del derecho que tiene que ver
directamente con la aplicación de los avances científicos a los seres humanos, y
en su opinión esta nueva disciplina del derecho está obligada a recuperar la
realidad, porque “la ciencia jurídica, a diferencia de la filosofía, no se puede
permitir el vuelo impune del pensamiento por los espacios siderales”.
Permítaseme añadir que dada la trascendencia de los temas relacionados con la
bioética, el establecimiento de normas jurídicas necesarias debe ser muy
cuidadoso con las verdades reveladas por las ciencias experimentales, que no dan
rienda suelta a las ideas en torno a una hipótesis, sino que se basan en
demostraciones objetivas. Lo que no debe ocurrir es que por muy atractiva, o
incluso humanitaria que resulte una presumible aplicación de los conocimientos
científicos se legisle en favor de la misma, si ello implica ocultar, ignorar o
falsear una realidad demostrada experimentalmente.
P.- Sin duda es un acierto, en la defensa de la vida
humana y de su dignidad, la irrupción de la Biojurídica como reguladora de
las relaciones intersubjetivas conforme a la Bioética. Y en este sentido, como
toda norma de Derecho, por ser coercitiva resulta imprescindible al no ser la
Ética igualmente entendida ni aplicada por tantos científicos y médicos: los
principios bioéticos son pilar básico en la conciencia de todo investigador
concienciado en el concepto de persona (ser humano), frente a ambiciosos
científicos carentes de escrúpulos y anhelantes de patentes. Pero ¿no cree, Dr.
Jouve, que existe un desfase cronológico que juega en contra de la Bioética? Concretando: los
principios éticos en el reconocimiento y defensa del ser humano vienen de
antiguo y actualmente están, científicamente, cada vez más claros; pero ¿no le
parece que el desarrollo y aplicación de leyes biojurídicas llevan siempre un
cierto retraso con respecto a incontroladas investigaciones en el laboratorio?
R.- Empecemos por señalar que la Biojurídica impone límites a la
actividad científica en base a las propuestas de la Bioética, y a veces en
contraposición aparente con los deseos de la sociedad o, para ser más precisos,
de lo que la sociedad cree beneficioso. Las normas jurídicas deben ser
consecuencia de una necesidad social, y su implantación debe obedecer a la
demanda de un sistema justo para regular cualquier actividad humana que suponga
una novedad o un avance para el orden social. Siendo esto lógico, existe sin
embargo un riesgo, y es el de la inducción de la opinión pública a creer y
desear como bueno, humanitario o necesario, lo que no son más que posibilidades
no suficientemente maduras, que incluso como en el caso de la utilización de los
embriones, o de la mal llamada clonación terapéutica, ocultan otro tipo de
intereses de dudosa moralidad. Solo una sociedad bien informada podría hacer
frente a esta situación. Es evidente que en el mundo actual existe la tendencia
a ignorar cualquier referencia a la persona humana, como consecuencia de un
decaimiento progresivo de los valores éticos tradicionales, en la era del
postmodernismo que lo invade todo. Existe de hecho un olvido de las raíces
culturales, asentadas en el pensamiento griego, el derecho romano y el humanismo
cristiano. La corriente utilitarista aflora en las sociedades modernas,
especialmente en las más desarrolladas del hemisferio norte, por una especie de
impulso irrefrenable por dar satisfacción a todo tipo de deseos materiales. Como
señala Monseñor Angelo Scola[7], “...vivimos en una sociedad insaciable, en la
que en aras de nuestra libertad tenemos la propensión de convertir en un derecho
todo lo que deseamos”. En su manifestación más extrema, esta concepción
utilitarista tiende a anteponer los fines a los medios, y a convertir incluso al
ser humano, que es un fin en sí mismo, en un medio para dar satisfacción a los
propios deseos. De esta forma se ignora la dignidad especial de la especie
humana y las diferencias que existen entre el hombre y el resto de las
criaturas, y en definitiva se tiende a cosificar, utilizar y esclavizar al ser
humano. Decía recientemente la prestigiosa socióloga americana de la universidad
de Nueva York, Barbara Katz Rothman (2003)[8] que “La historia nos ha enseñado
que ocurre cuando la gente se clasifica en mejor o peor, superior o inferior,
digna de vivir o no. ¿Qué puede ocurrir si la tecnología utilizada para defender
el concepto genético no es la brutal tecnología de grilletes, barcos de
esclavos, gas letal o crematorios, o ni siquiera la esterilización quirúrgica,
sino la magnífica y extraordinaria tecnología de la nueva genética?.” Y
clamaba... “Mis hijos no conocerán la tecnología genética con cadenas y
grilletes... Se la pondrán en bandeja”.
Dicho lo anterior, y en relación con la
pregunta, es cierto que existe el desfase entre los avances científicos y la
imposición de límites a la vertiente aplicada de la biología, es decir la
biotecnología. En circunstancias normales habría que suponer que esto es bueno,
para dar tiempo a que la sociedad madure y en su caso sedimente las ideas y sus
consecuencias. La realidad es que en los últimos años las ciencias de la vida
han aportado de forma muy rápida un conjunto de conocimientos sobre las
propiedades de la vida, que han saltado desde los ámbitos científicos y las
aulas universitarias a los medios de comunicación y los ambientes interesados de
la sociedad, sin apenas tiempo para analizar su trascendencia y las
consecuencias éticas de las aplicaciones tecnológicas. Algunos científicos o las
organizaciones que subvencionan ciertas investigaciones, inducidos por el deseo
de alcanzar una posición ventajosa en el mundo competitivo en el que desarrollan
su actividad, en el contexto utilitarista que hemos señalado y alejados de
cualquier consideración de respeto a la vida del no nacido, aunque convencidos
de la posibilidad de mejorar la calidad de los que padecen algún sufrimiento,
promueven una corriente de opinión favorable a sus iniciativas, en ocasiones de
carácter económico o político. Tras el disfraz de las aplicaciones beneficiosas,
se ofrecen a los medios de comunicación influyentes como fines alcanzables a
corto plazo, para la curación de enfermedades o la conquista de nuevas metas de
calidad de vida o de bienestar, lo que no son más que investigaciones largas y
difíciles. La sociedad, que desconoce las posibilidades reales acepta lo que le
señala como beneficioso, y a poco que se la estimule lo reclama como un derecho.
Se antepone el derecho a vivir bien al derecho a vivir. El mejor ejemplo de esto
lo tenemos en la campaña interesada en favor de la utilización de los embriones
congelados para la investigación con células troncales, ignorando la existencia
de alternativas más prometedoras como lo son las que ofrece las células madre de
adulto. Es deseable una mejora de la información, y una respuesta más dinámica
por parte del legislativo, libre de condicionantes económicos o políticos, para
la implantación de límites de respeto a la vida
humana.
P.-.- Preocupa la transgresión no ya de los valores, sino
la sobreposición de expectativas electorales a básicas normas éticas: parece
primar más el gobernar a consta de cualquier cesión moral que el mantener unos
principios éticos. Sé que es ésta una ‘quaestion’ arriesgada en su réplica,
pero: ¿qué opinión le merece la práctica supremacía del poder legislativo sobre
el jurídico? Dicho de otro modo: ¿que las leyes de inspiración bioética dependan
de un gobierno o de unos intereses políticos? Parece existir una generalizada
ambigüedad en la que “’todo vale’ en tanto se obtenga la gobernabilidad, dejando
aparte principios que otrora orientaran fundamentos éticos y políticos. En
nuestro país hemos asistido a esta vulneración del Derecho Natural en el caso
del aborto, seguimos con las ‘parejas de hecho’, prosigue el dislate con el
recurso a las células madre de embriones congelados. Y enlazando con lo expuesto
permítame le plantee otra cuestión relevante: ¿viene justamente la Biojurídica a cubrir el
espacio, jurídicamente descubierto, del desterrado Derecho
Natural?
R.- Creo que en mi respuesta anterior contesto en parte
a lo aquí señalado. Creo que la Biojurídica, inspirada en
principios éticos que tuviesen en cuenta la dignidad especial del ser humano
desde el mismo momento de la concepción, debería ser impulsora del estatuto del
embrión para regular su protección desde el mismo instante en que surge una
nueva vida humana. Particularmente no puedo entender ni justificar a quienes
manipulan la opinión en pro de intereses políticos. No entiendo, ni justifico,
ni comparto, el proceder de quienes con el fin de alcanzar una cierta posición,
por razones de prestigio personal, por egolatría, o en defensa de intereses
económicos o políticos, con evidente desprecio de la vida humana, o de quienes
no piensan como ellos, inducen un estado de opinión que les favorece, incluso al
margen de verdades objetivas. En el caso de un científico, un comportamiento
así, descalifica a quien lo practica, pero en el caso de quienes lo hacen con
fines políticos es abominable. Ya no se trata de avanzar en el conocimiento o de
probar la posibilidad de una hipotética aplicación con fines clínicos o
humanitarios, sino de aprovechar esas posibilidades para obtener votos jugando
con la ignorancia de sus posibles votantes. y el sentimiento de las personas, al
ofrecer como técnicamente posible o como si fuese una realidad lo que aun no se
ha probado, incluso recurriendo a la descalificación de quienes por
convencimiento o por prudencia proclaman la conveniencia de esperar o de
intentar los mismos logros por procedimientos que no transgredirían los
principios éticos. Con frecuencia se utiliza el eufemismo del progresismo, y en
su nombre se acometen reformas legislativas intrínsecamente injustas, como lo
son todo lo que vaya en contra de la dignidad humana. ¿Hay algo más progresista
que la defensa de la vida?.
P.- Las técnicas de reproducción ‘in vitro’ han venido a
demostrar, paradógica e indirectamente por sí mismas, que el concebido no nacido
es ya un ser humano dotado de vida independiente de su progenitora. No sería
desacertado barajar la posibilidad de que en el futuro las técnicas posibiliten,
aun contra toda ley, la consecución de una plena gestación en probeta (como ha
comentado el Dr. Botella Llusiá). ¿Entiende que deberían equipararse con los
mismos derechos (como opina Zannoni en “Inseminación artificial y fecundación
extrauterina,” Astrea, Buenos Aires, 1978) a todos los no nacidos: bien los
concebidos naturalmente, los resultantes de la fecundación in vitro y, aunque
hoy sea utópico, los desarrollables en probeta?
R.- Hasta ahora la diferencia en lo que a las
posibilidades de la tecnología se refiere, se centraban en la etapa que conduce
a la vida humana desde el momento de la fecundación hasta la anidación. Tras la
fecundación del ovocito por el espermatozoide, que sucede en la parte alta de
las trompas de Falopio en la reproducción natural, o en un medio fisiológico sí
tiene lugar in vitro, el desarrollo del nuevo ser es sustancialmente
equivalente. No hay ninguna diferencia en el proceso del desarrollo ontogenético
determinado por el ambiente externo en que éste tenga lugar, salvo que por muy
estudiadas que estén las condiciones del desarrollo extrauterino, siempre serán
incomparablemente peores y más traumáticas para el nuevo ser. En condiciones
naturales el huevo fecundado inicia su viaje hacia el útero, a la vez que se van
sucediendo las primeras divisiones celulares. Al cabo de una semana de la
fecundación es cuando se alcanza el estado de blastocisto, y este embrión se
fija a las paredes del útero, proceso que culmina dos semanas después de la
concepción. Es también en el estado de blastocisto, tras dos semanas del
desarrollo embrionario artificial, cuando se realiza la operación de su
implantación en el útero de la madre fisiológica, en el caso de que la
fecundación tuviese lugar in vitro. A partir de la anidación el embrión se
transforma, tiene lugar la gastrulación, que dura 3-4 días, en la cual se
diferencian las tres capas germinales (de las que más tarde surgirán todos los
tejidos): ectodermo, mesodermo y endodermo. De aquí en adelante se suceden de
forma regular, perfectamente programada desde el punto de vista genético, una
cascada de expresiones génicas diferenciales en las distintas células del
embrión, que requieren un ambiente muy especial del que depende el normal
desarrollo del feto.
Desde mi punto de vista, el normal
desarrollo del feto tras la implantación en el útero se hace muy dependiente, de
una parte de la madre y de otra de sí mismo, de tal manera que las células que
han de diferenciarse deben recibir estímulos de una complejidad y precisión tal
que los hacen irreproducibles en un ambiente artificial. En el momento presente,
es impensable que pueda lograrse, en condiciones técnicas equivalentes en el
laboratorio, el delicado equilibrio fisiológico y hormonal necesario para el
normal desarrollo del feto en el ambiente materno.
De cualquier modo, podríamos
preguntarnos cuál sería la utilidad de una gestación extrauterina. Probablemente
quienes la propusieran estarían pensando en ayudar a ser madre a una mujer cuya
vida estuviese en peligro por causa de una gestación, o tal vez existieran otras
razones. Pero también en este asunto habría que pensar en el nuevo ser, y no
solo en la madre. Independientemente del modo natural o artificial de la
fecundación o de la gestación, habría que proteger jurídicamente, y dotar de los
mismos derechos a todos los seres humanos, y más aún en la etapa embrionaria o
fetal, que es la más delicada e indefensa de la vida. Es por ello, que muchos
sostenemos que se deben desarrollar leyes que protejan al no nacido ya desde la
concepción. Sin embargo, lamentablemente la protección jurídica del embrión y
del feto se deja en segundo plano respecto a la de la madre, o en el momento
actual incluso respecto a terceras personas, como es el caso de la utilización
de los embriones como mera fuente de células para la curación de una enfermedad
de un adulto, sin relación con el carácter procreador de cualquier modalidad de
reproducción.
P.- Sgreccia (“Bioética, manuale per medici e biologi,”
Vita e Pensiero, Milán, 1986) dice: “El primer dato indubitable, puesto en claro
por la genética, es el siguiente: en el momento de la fertilización los dos
gametos de los padres (huevo y esperma) forman una nueva entidad biológica, el
cigoto, que lleva en sí un nuevo proyecto-programa individualizado, una nueva
vida individual.” En el mismo sentido se pronuncia Lacadena (“Aspectos genéticos
de la reproducción humana,” P.S. Universidad pontificia de Comillas, Madrid,
1985) y tantos investigadores. Efectivamente la fusión de los 23 cromosomas
paternos con los 23 maternos origina una dotación cromosómica completa (46), es
decir: un nuevo individuo, entendido en su indivudualidad de ser humano. El
cigoto es en sí, por contener toda la información genética nuclear y
citoplasmática necesaria para constituir un ser humano, ‘esencia;’ y ya la
primera réplica del ADN o ARN supone una ‘esencia en acción,’ una existencia en
fin. Y, sin embargo, los apologistas de las técnicas de FIV, además -claro es-
de los abortistas, siguen arguyendo un debate sobre una malintencionada y
tergiversada terminología: cigoto, preembrión, embrión, ‘aun placentariamente no
implantado,’ no nacido,... Todo ello con el fin de negar el carácter de ser
humano, independiente y viviente, del cigoto en sí. La Genética lo tiene claro, y el
Proyecto Genoma Humano pretende descifrar esos 46 cromosomas, que son los que
tiene un cigoto o un adulto: el código, en fin, humano. ¿Qué opinión le merece,
doctor, esta máxima incongruencia?
R.- Desde un punto de vista científico es incuestionable
que el origen de la vida de cada persona se corresponde con el momento en que
surge el patrimonio genético individual. Hay vida a partir del momento en que
hay genoma individual. Pues bien, las diferencias individuales se hacen
presentes cuando se produce la combinación de los 32.000 genes del núcleo del
ovocito con los 32.000 del núcleo del espermatozoide. Hay dos tipos de
evidencias experimentales que confluyen en la misma idea de que la vida humana
comienza en el mismo instante de la concepción: (1) cada una de nuestras células
son portadoras en su núcleo de una réplica exacta del patrimonio genético
individual, que se constituyó en el instante de la fecundación. Este patrimonio
genético individual es lo que confiere nuestra identidad genética; (2)
investigaciones recientes del grupo de Zernicka-Goetz, en Inglaterra, publicadas
en Nature hace dos años, demuestran muy claramente que las células embrionarias
se estructuran desde la primera división celular, y que desde el primer instante
queda definido el plano general del desarrollo del ser recién concebido. De este
modo, desde la
Genética y desde la Biología Celular, se
demuestra que la vida humana individual e independiente está ya
constitutivamente presente en el cigoto, el embrión de una célula. No existen
dudas científicas al respecto, ni es ético alimentarlas. Desde la biología no se
conciben las entelequias jurídicas que han dado lugar al imaginario término de
“preembrión”, un artificioso concepto acientífico y prefabricado con la
intención de establecer etapas en lo que no es sino un proceso continuo y
dinámico que da comienzo cuando están presentes los determinantes de la
identidad propia de cada individuo. Es cierto que antes del embrión no podemos
hablar de una nueva vida, pero es que antes que el embrión no hay más que
gametos. El desarrollo de un ser humano tiene un comienzo, que es el momento de
la fecundación, y un final, que es la muerte del individuo.
Los avances de la genética y el
conocimiento del genoma humano demuestran la incongruencia de sostener
pretendidas diferencias en las etapas de la vida de un ser humano. Empezaré por
definir el genoma como: “el conjunto global de la información genética que
existe en el núcleo del cigoto, formado tras la fecundación, la unión del gameto
femenino u ovocito, y del masculino, o espermatozoide, y que se conserva de
forma invariable en todas y cada una de las células de un individuo”. Es decir,
que si un individuo humano está constituido por billones de células, dado que
éstas se forman por sucesivas divisiones celulares, mediando la replicación
exacta del genoma, todas reciben una copia de la información genética que quedó
establecida en el momento de la concepción. Pero hemos de distinguir entre el
genoma humano común, patrimonio de toda la humanidad, y el genoma individual,
patrimonio de cada persona. El genoma común que todos compartimos está
constituido por 3.175 millones de pares de bases de ADN, estructurados en 23
pares de cromosomas, que albergan aproximadamente 32.000 pares de genes. Sin
embargo, cada persona es un ser genéticamente distinto y singular, debido a las
diferentes versiones de los genes, o a las variaciones mutacionales heredadas en
el ADN que se estableció en el momento de la concepción.
A partir del cigoto, en la doble
dimensión del desarrollo biológico, espacial y temporal, no cabe hablar ni de
identidades parciales ni sucesivas. El individuo tiene en todas y cada una de
sus partes, y crece en las distintas etapas de su vida, con la misma identidad
genética con que fue concebido. Esto no quiere decir que el fenotipo, el aspecto
que muestra una persona a lo largo de su vida, el embrión de una, dos, cuatro
células, la mórula o el blastocisto de un centenar que se va a implantar en el
útero materno, la gástrula, el feto, el niño que acaba de nacer, que crece y se
hace adulto, no puedan ir cambiando con el tiempo. De hecho, todos apreciamos
que esto ocurre aunque se mantenga la misma identidad. Los cambios son
consecuencia de una actividad genética diferenciada a lo largo del tiempo del
desarrollo, en cada tejido u órgano, y como respuesta a factores internos y a
influencias ambientales. La misma identidad genética, materializada en las
secuencias individuales del ADN, permanece incluso en nuestros restos tras la
muerte, de lo que se derivan las pruebas de de identidad que se aplican en
Medicina Legal y Forense.
Desde el instante mismo de la concepción
todo se desarrolla de forma dinámica sin solución de continuidad, y en todo
momento la singularidad que supone la vida de un ser humano está determinada por
su identidad genética, patrimonio inseparable de cada individuo e hilo conductor
del que depende su ontogénesis. De este modo, si el ser humano es inmutable en
su identidad genética a lo largo de su vida, lo es del mismo modo en su esencia
humana, y en consecuencia debe serlo también en su condición de persona. Dicho
de otro modo, el hombre siempre (desde la concepción hasta la muerte) debe ser
considerado persona en el mismo grado.
Otra idea fundamental es la de la
diversidad entre individuos. A este respecto baste señalar aquí, que cada uno de
nosotros encierra en su genoma una información irrepetible, salvo en el caso de
los gemelos monocigóticos. Con tan solo 32.000 genes, y suponiendo que fuéramos
tan simples como que de cada uno de ellos solo existiesen dos variantes,
estaríamos hablando de más de 100 mil billones de identidades genéticas
potenciales diferentes, cifra muy superior a la del número de individuos de la
especie en el momento presente (unos 5.000 mil millones de seres humanos), y en
toda su historia pasada, y previsiblemente futura. En estas condiciones, la
probabilidad de encontrar dos personas genéticamente idénticas es prácticamente
nula, y la diversidad genética entre personas tendería al infinito.
P.- Parece existir una relación bioquímica previa
incluso a la formación del cigoto, que sería la responsable de la unión de ambos
gametos. La específica unión entre la glucoproteína fertilicina de la zona
pelúcida del óvulo y las proteínas ácidas o antifertilicinas de la membrana
plasmática del espermatozoide; unión que activará la reacción acrosómica de este
último y, en consecuencia, la fecundación. ¿Podría considerarse ésta como una
primera ‘relación,’ en cuanto necesaria para el origen de la vida humana?
Entrecomillo ‘relación’ para rebatir a quienes entienden que el ser humano es
tal en cuanto ente capaz de relacionarse.
R.- Si la vida la tenemos que entender en función de las
propiedades que son inherentes a los seres vivos, la opción por la que se
originó un nuevo ser queda en segundo plano respecto a su propio carácter. El
desarrollo físico y psíquico, es consecuencia de la constitución genética
(genoma individual o genotipo), y de los factores ambientales y educativos que
Irán modelando la personalidad del individuo a lo largo de la vida. Dicho de
otro modo, en lo que atañe al proceso de la concepción, la fecundación
artificial es equivalente a la natural, y es probablemente la fase más fácil de
suplir en el laboratorio, incluso en lo que a las condiciones fisiológicas y
hormonales se refiere. Las mayores diferencias vendrán después, por lo delicado
del desarrollo del embrión hasta su anidación y en las etapas posteriores. En
otras palabras, la vida que surge tras la fecundación es sustancialmente
equivalente, provenga de una relación natural ó sea el producto de una
estimulación controlada in vitro.
P.- Seguidamente, en la concepción, ocurre un hecho
destinado a evitar la poliespermia, es decir: la entrada de otro/s
espermatozoide/s secundario/s en el óvulo. El espermatozoide libera una
sustancia impermeabilizadora de la membrana del ovocito. La doctora Vila-Coro
opina que “este el primer acto de autoafirmación personal del nuevo individuo
frente a sí mismo.” ¿Comparte usted este criterio?
R.- Desde un punto de vista metafórico o figurado la
afirmación de la doctora me parece una expresión preciosa y adecuada. Sin
embargo, como sobre lo que estamos razonando es sobre la primera etapa del
desarrollo embrionario, no cabe hablar de reacciones instintivas o reflexivas.
Habrá de transcurrir mucho tiempo aún para que el embrión, que todavía tiene una
sola célula, se vaya dividiendo, crezca y de entre sus linajes celulares surja
el sistema nervioso. Habrá que esperar más aún para que aparezcan, tras el
nacimiento, las conductas reflexivas y emocionales, el uso de la razón, y la
autoafirmación que constituyen los elementos más distintivos y característicos
de la especie humana.
P.- Entremos en el proceso de anidación uterina. Es una
corriente de opinión entre científicos (la Sociedad Alemana de
Ginecología, por ejemplo), pero también entre teólogos católicos (Curran,
Cormick, Chiavacci,...), el que el embarazo comienza entre el 7º y 14º día con
la implantación del embrión en el útero materno. Pero realmente, parece
confundirse Gnoseología y Ontología. En palabras de la Dra. Vila-Coro: “... el
diagnóstico sólo tiene que ver con el conocimiento y nada que ver con el ser. Es
decir, porque se conozca o desconozca una cosa no existe o deja de existir...
Pero no es la anidación la que produce la individualización. Con la anidación se
comprueba la individualización... La individualización se produce en el mismo
instante de la fecundación del óvulo.” Este argumento parece claro, pero
volvemos a encontrarnos con el juego dialéctico al que nos referíamos en la
quinta cuestión planteada en esta entrevista, ahora bajo otro planteamiento.
Parece como si los defensores de la
FIV, incluso renunciando a su juego dialéctico de ‘formas
pre-humanas,’ montaran un segundo argumento/barrera en donde escudarse, algo así
como: no hay ser humano en tanto una ecografía no demuestre la implantación del
blastocisto en el útero. No obstante, este argumento parece irrisorio por
cuanto: no se reconoce la vida y, en consecuencia, al ser humano desde su
concepción con un completo código genético (como se ha demostrado
científicamente); pero si se reconocería la existencia de ‘un embrión’ (o -en su
terminología- ‘cierto cuerpo extraño’) detectado ecográficamente en el epitelio
uterino. Doctor Jouve, ¿qué opinión le merece esta ‘ceguera científica’, según
la cual, siendo el finísimo diagnóstico genético capaz de determinar un ser
humano (46 cromosomas) desde el estado cigótico, no somos capaces de reconocer
al ‘prembrión’ (al hombre sensu stricto, es claro) hasta detectarle en una
ecografía?
R.- En contestaciones anteriores ya he expuesto las
evidencias de carácter genético y citológico que demuestran sin paliativos que
el ser humano queda definido inmediatamente después de la fecundación. La vida
comienza cuando surge un programa genético individual y completamente nuevo, que
es la característica más determinante de la singularidad de cada persona. El
embrión, que es una estructura dinámica en continuo crecimiento, tiene el mismo
programa genético individual y singular desde días antes de la anidación, y por
tanto desde mucho antes de su detección ecográfica. Es importante hacer énfasis
en el factor tiempo, frecuentemente ignorado o mal interpretado en las
discusiones de las que dependen decisiones éticas sobre prácticas como el
aborto, la clonación, ó la manipulación de embriones. En la historia del
desarrollo físico de un ser humano hay un continuum genético, de principio
(cigoto) a fin (muerte), y por tanto hay un continuum biológico. El genoma
individual es la característica biológica más genuina que posee un ser humano.
Está ya presente en el mismo momento de la concepción, y no va a variar ni
cualitativa ni cuantitativamente, salvo mutación somática, ni entre células
distintas ni a lo largo del tiempo hasta su muerte. De esta forma, sí un embrión
se congela, se disgrega (como se practica en una de las modalidades de la
clonación, la gemelación artificial), se destruye (cómo se hace en el caso del
aborto, o en la clonación con fines diagnósticos), o se manipula para
convertirlo en mera fuente de células totipotentes (como se propone en el caso
de la clonación no reproductiva), se detiene o se altera el curso de una vida
que habría proseguido el camino de un desarrollo normal hasta la configuración
de un individuo adulto con una identidad genética propia y
singular.
P.- Lo cierto es que la implantación uterina se produce
como consecuencia de la segregación, por parte de glándulas sebáceas
endometriales, de glucógeno y mucus. Las células trofoblásticas del blastocisto
destruirán el epitelio uterino y, por tanto, serán las reponsables de la
nidación. Por otra parte, alcanzada la nidación, la placenta secretará
gonadotrofina coriónica (CG) que liberará al cuerpo lúteo (tejido endocrino
temporal), éste mantendrá la secreción de estrógeno y progesterona durante los
2/3 primeros meses de la gestación, siendo la progestrona responsable de la
secreción de fluido endometrial. En su opinión, ¿sustentan estos datos
adicionales que ya existe una estrecha relación madre/hijo desde del 14º
día?
R.- Una vez que se ha producido la anidación, durante la
tercera semana se produce la gastrulación, y con ella la formación de las capas
germinales primitivas de las que surgirán los nuevos tejidos y órganos del
organismo. En realidad lo que ocurre a partir de esta etapa crucial del
desarrollo es que se acentúa la relación y dependencia del embrión del ambiente
materno. El conjunto de secreciones hormonales que muy bien se citan en su
pregunta es demostrativo de la trascendente relación física que se desencadena
después de la anidación. Cada decisión, cada paso de lo que sucede a
continuación obedece al cumplimiento de un programa de expresiones genéticas
necesarias para cubrir las necesidades del momento del desarrollo. Las
modificaciones celulares que conducen a la especialización y diferenciación
surgen por la activación de nuevos genes, debido a los estímulos hormonales
desde la madre, por vía sanguínea, o del propio embrión, mediante la superación
de un umbral de síntesis de los factores de regulación específicos de los genes
que intervienen en cada célula a lo largo del desarrollo durante el crecimiento
del embrión. Como consecuencia se van a suceder profundas transformaciones
celulares diferenciadas espacio-temporalmente que acompañan a la histogénesis,
órganogénesis y morfogénesis del individuo. Dado el dinamismo y la continuidad
del proceso, no deben utilizarse la mayor o menor semejanza externa del
organismo en fase fetal a un ser humano adulto. Hay quien juzga por la
apariencia del feto, y con ello justifica el establecimiento de etapas
diferenciales conducentes a otorgar categoría de ser humano al embrión de antes
o después de cada una de ellas, o dotado de más o menos
dignidad.
P.- Como biólogo me llama profundamente la atención un
comentario de la doctora Vila-Coro: “La anidación en el útero materno no añade
ni quita nada a la nueva vida en sí misma; lo que hace es suministrarle las
condiciones ambientales óptimas para su desarrollo:” Y esta idea ahonda en el
tema del carácter humano en tanto relacionable. Ya hemos planteado que tanto el
reconocimiento fertilicinas/antifertilicinas, la antipoliespermia y la inducción
a las células trofoblásticas del blastocisto para la destrucción del epitelio
uterino, la secreción de gonadotrofina coriónica, parecen demostrar que existe
una concatenación de relaciones dirigidas por los gametos a contactar entre sí y
por el embrión a implantarse. Por no hablar del intercambio de información
epigenética entre las dos células del cigoto y su medio, en orden a que cada una
de las dos células dirija su desarrollo hacia la constitución del embrión o de
la placenta. Y afrontamos aquí otro punto álgido de una cuestión clave. En estos
tiempos en que tan reconocidas son ciencias como Ecología y Etología, ¿no
resulta extraño poner en duda, sino negar, el derecho de un ser humano (un
cigoto, luego, un embrión) a mantener relaciones con su entorno: el epitelio
uterino a partir del 14º día, la placenta posteriormente,... pero con una
percepción extraordinaria del mundo exterior a la par que se desarrolla la
gestación y la neurulación? En Biología se da, cada vez más, en todos sus ramas
(incluidas las que estudian la concepción y el desarrollo), significativa
importancia a estas primordiales relaciones entre individuos; fundamentalmente
entre las especies sociales y semisociales: homínidos e insectos respectivamente
(Hymenoperata y Coleoptera).
R.- Como biólogo comparto con la doctora Vila-Coro su
apreciación, y con usted la extrañeza y la hipocresía con la que se utilizan a
veces argumentos de defensa de la vida para otros seres, y se ignoran o se
anteponen ideas que no tienen en consideración la importancia de la vida humana
con la misma intensidad en todas y cada una de sus etapas. A nadie se le ocurre
dudar de que un embrión de un anfibio, una larva de erizo de mar, o la crisálida
de un insecto, que desde la formación del cigoto constituyen etapas concretas de
su desarrollo con diversas morfologías, son fases bien definidas del ser vivo
que está cursando un proceso de desarrollo, del que al final surgirá un anfibio,
un erizo de mar o un imago de insecto. Nadie cuestiona, que cada una de esas
formas, embrión, larva, crisálida o imago, definen etapas de una vida, una vida
única y la misma desde la fecundación. Sin embargo, cuando se trata de un ser
humano, se pretenden diferenciar etapas de mayor o menor categoría vital, o de
mayor o menor dignidad, o incluso se acuñan términos como preembrión para
rebajar la condición de vida humana antes de un momento del desarrollo. Es
preciso resaltar que nuestra especie biológica es más dependiente de la madre en
el proceso de desarrollo embrionario que las especies de invertebrados citadas.
Esta claro que todos los seres vivos procedemos de una única forma inicial de
vida que por evolución divergente ha dado lugar al impresionante abanico de
tipos biológicos que constituyen la biodiversidad. Esto es fruto de más de 3600
millones de años de evolución, y los sistemas naturales actuales, todos ellos
son fruto de un proceso intensísimo de selección natural. El ser humano comparte
con los restantes mamíferos, los vertebrados más evolucionados, muchas de las
características biológicas que han permitido su éxito evolutivo. Entre ellas el
desarrollo vivíparo y la vida social. El modo de reproducción y desarrollo de
estos seres es sustancialmente semejante. Todos ellos comparten la reproducción
sexual fruto de una relación entre individuos de sexo distinto, que garantiza la
diversidad genética por medio de la meiosis y la fecundación, ambas creadoras de
nuevas combinaciones génicas. Asimismo, los mamíferos comparten un tipo de
desarrollo embrionario y fetal intrauterino que garantiza las condiciones
óptimas necesarias para el equilibrio ontogenético, y en el que la dependencia
es progresivamente más intensa desde la fecundación en adelante. Todas y cada
una de las delicadas fases por las que dinámicamente transcurre la vida del
nuevo ser desde la fecundación hasta el nacimiento, han sido producto de una
selección natural favorecedora de lo que en términos genéticos se llama eficacia
biológica (en inglés fitness). Es ridículo por lo tanto pretender la
cosificación del ser humano, que en lo biológico es equivalente a las especies
animales que son más próximas, pero que se diferencian claramente por el máximo
desarrollo del sistema nervioso del que depende algo de lo que carecen las demás
especies y que es su autoconciencia existencial, que ha contribuido
decisivamente a toda la trama de relaciones interpersonales familiares y
sociales, y en definitiva a su éxito como especie. Esta singularidad del ser
humano es la que confiere su especial dignidad sobre todas las demás especies, y
la que le ha servido para elevar sobre todas ellas su eficacia biológica. Siendo
esta la característica más distintiva del ser humano frente a las demás especies
es la que paradójicamente se tiende a olvidar.
P.- Permítame un inciso en el discurrir de esta
entrevista. Finalizada la gastrulación, el ectodermo no sólo creará la futura
epidermis, sino que por un proceso de pliegue e invaginación dará lugar al tubo
neural (rudimento del encéfalo y la médula espinal), así como a los órganos
sensoriales. ¿Otro acto de autoafirmacón embrionaria, no? En la citada obra de
Vila-Coro, comenta la autora, muy acertadamente, la diferente consideración que
debemos tener respecto a la existencia/funcionamiento del cerebro del adulto
versus embrión: me refiero al criterio de la muerte cerebral. No siendo
equiparable la muerte por EEG (electroencefalograma) plano en un adulto (con un
sistema nervioso completamente desarrollado, cuando no -Alzheimer,
encefalopatías, demencias- deteriorado) a un sistema nervioso (central o SNC y
autónomo o SNA) en desarrollo en el embrión. Simplemente por la reciprocidad del
argumento: si se reconoce la muerte como parada eléctrico/cerebral en un sistema
nervioso plenamente desarrollado, cómo puede negarse la existencia de vida
humana en un cigoto que comienza a desarrollarlo precisamente en aras de
alcanzar esa plenitud. La potencialidad del SNC en el embrión es un garante, la
degeneración del mismo en los adultos resulta -al menos, de momento-
irreversible. Le agradeceríamos desarrollara algo más este punto desde el punto
de vista bioético.
R.- Si como hemos dicho la vida humana es un viaje con
un comienzo (la concepción) y un final (la muerte), que transcurre sin
discontinuidad en su identidad genética a través de una serie de etapas que
gradualmente van de menos a más complejidad, el desarrollo de cualquier órgano
no es más que la consecuencia del momento en que toca su organización. Sí se
trata de un órgano tan vital como lo es el cerebro, es porque tras la
gastrulación comienza la invaginación de la capa externa, el ectodermo, y se
empieza a formar el cordón neural, que progresivamente se va desarrollando junto
con todos los demás órganos del embrión. Al final de la cuarta semana existen
esbozos y se manifiestan de forma primitiva casi todos los órganos vitales del
futuro ser. El embrión es reconocible como humano en su aspecto externo, razón
por la que algunos investigadores sostienen que esta etapa constituiría el
momento de origen del ser humano.
Sin embargo, las manifestaciones
externas, o los órganos internos, o sus signos vitales, como lo puede ser un
EEG, no deben tomarse como los determinantes únicos de una realidad biológica,
sino como lo que son, la expresión momentánea de una etapa de la vida, que es
única desde la concepción hasta la muerte.
Para que entendamos lo absurdo que puede
resultar el establecimiento de una barrera para la consideración de un antes y
un después del ser humano, permítame que me refiera a los descubrimientos de una
de las ramas más jóvenes y dinámicas de la genética, la Genética del Desarrollo. Gracias a
las investigaciones desarrolladas magistralmente por investigadores tan
brillantes como el Dr. Antonio García Bellido, Profesor de Investigación del
C.S.I.C., Premio Principe de Asturias, hoy sabemos que las decisiones que
determinan la diferenciación de una célula y su linaje dependen de genes, y que
su alteración determinaría un cambio en el desarrollo. De este modo sabemos por
ejemplo que un solo gen, o a lo sumo unos pocos genes, pueden determinar el
cambio del momento en el que se desarrolla un órgano o un sistema. Pensemos por
ejemplo en la diferencia que existe en el momento de emergencia, entre la
dentición del hombre y la de nuestro pariente más próximo, el chimpancé. Aquel
nace desdentado y al cabo de un cierto tiempo surge la dentición llamada de
leche. El chimpancé nace con la dentición definitiva. Se trata de un buen
ejemplo del fenómeno denominado neotenia, consistente en un retraso en el
momento del desarrollo ontogenético en la línea evolutiva del hombre, de la
entrada en funcionamiento de los genes de que depende la formación de un órgano,
que en sus parientes más próximos tuvo lugar desde antes del nacimiento. Existen
múltiples ejemplos en la evolución de otros grupos taxonómicos, del retraso o
adelanto (pedogénesis) de la expresión de grupos de genes estructurales bajo el
mando de los llamados genes reguladores, debido a mutaciones en éstos. Este tipo
de modificaciones evolutivas nos permite de hecho explicar el fenómeno de la
macroevolución y la riqueza de tipos biológicos existentes entre los seres
vivos. Después de esto ¿podríamos sostener para el del hombre, que lo que nos da
la categoría de ser humano es simplemente el disparo de la señal para la
diferenciación de un órgano, por medio de uno o unos pocos genes reguladores?.
P.- Detengámonos en la teoría de la viabilidad, según la
cual se concede al feto el estatuto de ser humano sólo cuando sus órganos estén
constituidos. No obstante, el sistema nervioso (SN) del niño no acaba de
desarrollarse hasta los dos o tres años de edad: por tanto, para los
viabilistas, no sería un ser humano. Sin embargo, tanto la información para el
desarrollo del SN como para la diferenciación sexual (otro argumento de los
viabilistas) ya se encuentran en el cariotipo. Y salvo utópicas y futuribles
intervenciones a nivel cromosómico, como -asimismo- las negativas consecuencias
de las técnicas FIV o la interrupción de la vida, esta información se expresará
de forma natural y creciente. Luego, con esta clase de intervenciones los
viabilistas, que vulnerando tanto el carácter genético del ser humano como al
mismo en su estado embriogenésico (ambos, científicamente, demostrados), se
encuentran con la invalidez de sus argumentos: existe información genética para
desarrollar un SN, diferenciar un sexo u otro,... ¿Cree doctor que la viabilidad
es una teoría en franco retroceso?
R.- Sinceramente desconozco el grado de aceptación
actual del viabilismo. Para mí se trata de una ficción vacía de sentido
biológico, y más bien establecida por conveniencia, probablemente con la
finalidad de poder disponer libremente de un control sobre los seres humanos en
sus primeras etapas de desarrollo, y con ello justificar actuaciones como la
manipulación de los embriones antes de la implantación, o el aborto. Los mismos
descubrimientos y posibilidades de intervención sobre el embrión en la línea de
corregir una potencial deficiencia genética derrumbarían los argumentos de los
viabilistas. Lo que está sobradamente demostrado, y es indiscutible para la
ciencia, es que la base biológica de un ser vivo está determinada genéticamente
en el genoma individual. Sobre esta base, que está integrada en el mensaje de
los 32.000 pares de genes de cada individuo, y que está ya constituida tras el
momento de la concepción, está configurado lo fundamental del nuevo sujeto: sí
va a ser varón o mujer, si es o no portador de una enfermedad congénita, como
van a ser todos y cada uno de los rasgos morfológicos y fisiológicos
diferenciales de la nueva persona. En este mensaje genético está también
determinada la base sobre la que se configurará la personalidad, dependiente del
ambiente familiar, social, educativo y cultural en el que se vaya desarrollando
el niño después del nacimiento. La formación intelectual del individuo depende
de múltiples factores genéticos, se trata de un carácter multifactorial,
cuantitativo, y para este tipo de caracteres sabemos que la variación fenotípica
(grado de manifestación del carácter) es igual a la suma de tres componentes: la
variación genotípica (genes individuales), la ambiental y la debida a la
interacción genotipo-ambiente. Es imperativo señalar que en su condición
biológica, la evolución ha dotado a la especie humana de una singularidad que la
diferencia de cualquier otra especie animal. La inteligencia humana permite el
razonamiento abstracto, la categorización y el razonamiento lógico. Además, el
ambiente en el que se desarrolla un ser humano es también muy singular,
entendiendo por ambiente toda una compleja fase de influencias positivas o
negativas en la educación, ya desde el nacimiento y en particular determinantes
del aprendizaje y de la formación de cada individuo durante las etapas infantil
y adolescente. Por otra parte, el desarrollo intelectual, como el biológico, es
gradual, paulatino y aparentemente creciente a lo largo de toda la vida. No
deben por tanto utilizarse argumentos ni de carácter físico, ni relativos al
grado de desarrollo del sistema nervioso, o del intelecto de una persona para
establecer categorías, y menos aun para determinar si estamos o no ante un ser
humano. Me parece oportuno al respecto citar al profesor de Teología Moral del
Pontificio Instituto Juan Pablo II de Roma, Dr. Livio Melina[9], que señala de
forma muy clara que ”la mentalidad comúnmente extendida hoy tiende a no
reconocer ya un lugar especial para el hombre en el contexto de los otros seres
vivos y en especial entre los animales superiores”... Sin embargo, ...“el hombre
no es simplemente un ejemplar de una especie, con determinadas características
comunes a todos los demás. Para describir el elemento que califica a la persona
se hace referencia normalmente a su interioridad racional (inteligencia y
voluntad libre, capacidad de reflexión y de autodominio) o bien al carácter
social de su existencia que es una trama de relaciones. Las personas no son algo
que existe, sino alguien”.
P.- El Dr. R. G. Edwards, ‘padre’ del primer niño
probeta, (en su conjunta monografía con Makkun Seppala, “In vitro fertilization
and embryo transfer,” Annals os the New York Academy of Sciencies, vol. 442,
Nueva York, 1985, pp. 565) comentaba: “... la fertilización no da comienzo a la
vida. La vida es un continuo. Está presente en el ovario fetal y se remonta a
las generaciones pasadas. Un ejemplo: el “plasma germinal” se hereda a través de
milenios y proporciona la base de la continuidad de la vida. La fertilidad es el
disparador, activa el ovocito y establece un nuevo genotipo, pero ninguno de
estos acontecimientos tienen que ser estimulados únicamente por la
fertilización. El programa de desarrollo de un embrión puede activarse por
agentes partenogenéticos sin que haya fertilización... Otras etapas del
desarrollo,..., pueden ser elegidas para designar el inicio de la vida: la
iniciación de la maduración del ovocito,...” Sigue Edwards exponiendo,
ambiguamente, designios del comienzo de la vida: formación del blastocisto,
nidación, neurulación,... Pero quedémonos con lo expuesto. ¿No le parece
paradójico, Dr. Jouve, que los precursores de las técnicas FIV acaben, con el
tiempo, reconociendo la continuidad intergeneracional de la vida humana (ella en
sí, s.str.) a través de los gametos? Realmente lo planteado por Edwards abre un
abanico de interesantes planteamientos, sin olvidar que el óvulo aunque tenga
vida humana no es un ser humano, que ya el Dr. José Pérez Adán apuntaba en esta
misma revista (“Arbil”): el ser humano deviene de sus propios antepasados.
Aunque -sin duda- resultará interesante conocer el desciframiento del código
genético humano, parece cierto que cada juego de 23 cromosomas aporta no sólo
información fisio/morfológica del individuos de ambos progenitores (“se parece
al padre,” comúnmente se dice), sino ciertas características de la personalidad
(actitudes) y del comportamiento (aptitudes).
R.- La base argumental para responder a esta cuestión ha
sido expuesta ya en contestaciones a las anteriores preguntas. Baste señalar
aquí la existencia de un genoma patrimonio de toda la humanidad, de la especie
Homo sapiens, que es consecuencia de la incorporación a lo largo de la evolución
de múltiples factores genéticos propios a la misma, y lo ya indicado sobre el
patrimonio genético individual, resultante del azar en la incorporación de los
genes que procedentes de los gametos materno y paterno configurarán el cigoto de
cada individuo. Un solo gameto, como puede ser el ovocito o el espermatozoide,
no tiene información suficiente para estructurar un nuevo ser, y por tanto sería
inviable. Es por ello por lo que la manipulación de las células gaméticas antes
de una fecundación no plantean problemas éticos. La acepción plasma germinal en
términos actuales alude al patrimonio genómico de la especie, se refiere al
genoma común. Este, es el fruto de una evolución larga, que en el caso de
nuestra especie podríamos cifrar en más de 500.000 años. De hecho al analizar en
detalle las secuencias de ADN que contiene nuestro genoma, nos encontramos con
que una mínima parte (2%) está relacionada con las secuencias codificantes, es
decir con la parte de los genes que se expresan en proteínas (exones). El resto
del genoma está al servicio de la expresión de los genes (genes y regiones
reguladoras), o bien está formado por secuencias extragénicas provenientes de
nuestro pasado evolutivo. Hay entre estas regiones restos de virus, elementos de
transposición, pseudogenes (genes degenerados y que han dejado de ser
funcionales), secuencias repetidas relacionadas con funciones mecánicas, etc. Lo
que diferencia a unos individuos de otros no se refiere precisamente a esta gran
proporción de ADN de carácter menos útil, que precisamente por serlo es menos
determinante de la eficacia biológica, sino a la variación existente en lo que
al final va a expresarse, los genes de los que puede haber diferentes versiones,
y por lo tanto diferentes manifestaciones. Estas son las que se revelan en la
forma de la diversidad que apreciamos entre los individuos de una población
humana, y que por cierto demuestran que somos una especie menos diversa que los
restantes mamíferos de los que ya se conoce el
genoma[10]
P.- Háblenos un poco, doctor, de aquellos casos en que
se escudan los partidarios de la
FIV y del aborto, me refiero a: los gemelos monocigóticos
(individualidad y unicidad), los siameses, la mola didatiforme, la quimera.
R.- La pregunta se refiere de nuevo a la cuestión sobre
cuándo empieza la vida humana, que se suscita desde una perspectiva distinta,
circunscrita al hecho de la individualidad morfogenética. En primer lugar,
señalemos de nuevo que ningún científico dudaría un instante en señalar que la
vida de un ser superior procedente de reproducción sexual, tiene lugar en el
momento de la fecundación. Sin embargo, la presión social o los intereses de los
que hemos hablado en anteriores cuestiones, han promovido interpretaciones, u
opiniones manifiestamente utilitaristas, que permiten establecer etapas, que en
ningún caso se reconocerían como lógicas en ninguna otra especie de biología
similar a la del ser humano. De este modo se señala que la individualización de
un ser humano requiere que se den dos propiedades: la unicidad y la unidad. La
cuestión de la unicidad, se ha promovido por la existencia del fenómeno del
gemelismo monocigótico. Se trata de un fenómeno natural que se deriva de la
segmentación accidental de un embrión, originalmente único tras la fecundación,
antes de su implantación en el útero materno, normalmente como consecuencia de
una disolución de la capa pelúcida que lo envuelve. El gemelismo monocigótico
tiene una probabilidad aproximada del dos por mil en la especie humana, y puede
suceder desde las primeras etapas del desarrollo hasta el 14º día de la
embriogénesis humana, coincidiendo prácticamente con la anidación. Tras la
separación accidental de las células o grupos de células, lo que era un embrión
que hubiera constituido un individuo único, pasa a constituir dos realidades
individuales (normalmente dos). Se trata de un accidente en el desarrollo y lo
que hay que señalar es que ambas entidades individuales coinciden en su
identidad genética, por proceder de un único cigoto, pero que a partir del
instante de su separación se reestructuran como individuos diferentes. No se
puede argumentar que hasta que no se garantiza la unicidad no se debe hablar de
vida humana, ya que lo que caracteriza a ésta es, desde un punto de vista
biológico, la calidad de su información genética y la capacidad potencial para
dar lugar a un individuo, y ambas propiedades concurren ya en el embrión de una
célula. En circunstancias normales (99,8%) a un cigoto único corresponderá un
individuo único. Lo que podemos afirmar es que este suceso accidental demuestra
que la individualidad genética no implica indivisibilidad hasta la anidación.
Una vez establecido el cigoto, ya hay calidad de vida humana, independientemente
de que del embrión surjan uno o más individuos, y aunque estos coincidan en su
identidad genética. Algunos investigadores en su afán por aquilatar los
argumentos que sirvan para establecer etapas diferenciales que permitan
justificar la manipulación de los embriones, llevan la cuestión al terreno de la
duda entre el inicio de la vida, y sí la vida iniciada es o no una vida humana.
Se llega incluso a señalar que desde la fecundación hay vida, pero que ésta
empezará a ser humana cuando haya garantías de su individualidad, o incluso más
adelante. Esto no son más que ganas de marear la perdiz, ya que el mero
reconocimiento de la existencia de vida, como consecuencia de una fecundación
entre un espermatozoide humano y una ovocélula humana no puede ser más que vida
humana. Nunca un cigoto surgido a partir de las células germinales de una
especie puede dar lugar a un ser (o por accidente natural más de uno) que no sea
de esa especie. Otro hecho distinto es que la identidad genética común de los
gemelos monocigóticos no implica identidad fenotípica, entendiendo por el
fenotipo el conjunto de los rasgos distintivos morfológicos, fisiológicos y de
comportamiento o de la personalidad. Por lo que hemos dicho anteriormente, el
fenotipo resulta de la expresión del genotipo en interacción con los factores
ambientales, y éstos, considerados a lo largo del desarrollo desde antes del
nacimiento, pero sobre todo después, van a determinar que se vayan estableciendo
diferencias más o menos acusadas, conforme los gemelos vivan su propia
existencia.
Otro tipo de situación accidental se
refiere a la existencia de personas que en su constitución presenten más de una
identidad genética, en partes u órganos distintos, en ocasiones debido a la
fusión de dos cigotos o embriones distintos. En este caso habría que distinguir
entre mosaicismo y quimerismo, ocasionalmente utilizados de forma impropia como
sinónimos. Por mosaico debemos entender la existencia de linajes celulares
distintos en un mismo individuo, producidos después de la fecundación,
normalmente por un accidente de carácter mutacional durante la replicación del
material genético, o de su distribución en las células hijas en algún momento de
la dinámica de segmentación que tiene lugar a lo largo de todo el desarrollo.
Por quimera se debe entender la concurrencia en un mismo individuo de líneas
celulares distintas, originadas a partir de diferentes embriones[11], que
habiéndose originado de forma simultánea de modo accidental, se fusionan, se
reorganizan y reestructuran para dar lugar a un solo individuo. Cuando esto
sucede en las primeras etapas del desarrollo embrionario, la reestructuración
conduce a la formación de un único ser, si la fusión es incompleta, o posterior,
en etapa fetal, la consecuencia es la formación de los siameses. Tampoco en
estos casos debemos considerar que para hablar de vida humana haya que esperar a
tener garantías de que el individuo sea único. En circunstancias normales a un
solo cigoto corresponderá un único individuo, pero al igual que decíamos antes
para el caso de la unicidad, sí la individualidad inicial no es incompatible con
la indivisibilidad, tampoco lo es con la capacidad de fusión que conlleva la
formación de una quimera.
P.- Que ya el cigoto es un nuevo ser humano distinto de
la madre queda demostrado, por su capacidad antigénica: de dos padres
heterocigóticos con grupos sanguíneos A y B (carácter genético), puede
concebirse un embrión del 0; la hemolisis perinatal por incompatibiliidad
feto-materna del factor Rh. Es decir, a la par que el cigoto comienza a
desarrollar una serie de crecientes interrelaciones con la madre, su propio
código genético (único e irrepetible) irá decodificando todas sus
potencialidades morfológicas y fisiológicas: mayormente para un exitoso
desarrollo por procesos de complementariedad (caso de los grupos sanguíneos);
otras veces la relación en sí entraña un peligro inmunológico de graves
consecuencias (factor Rh). Como dice Morgan (“Introducción a la Filosofía,” Aguilar,
Madrid, 1978): “las diferencias individuales humanas comienzan en el momento de
la concepción.” ¿Qué valoración le ofrece, Dr. Jouve, esta manifiesta realidad
de un nuevo ser manifestando su propio ser, aun -siendo tan vulnerable- a veces
en contra de su propio destino, si la Medicina no lo
remediara?
R.- Antes de contestar a esta pregunta desearía precisar
el término código genético, que no debe entenderse como sinónimo de identidad
genética, que a veces se le da. Realmente se trata de conceptos bastante
antagónicos. La identidad genética se refiere a la información genética propia
de cada individuo, mientras que el código genético es un sistema universal,
común a todos los seres vivos y se refiere a la relación entre el lenguaje de
las bases nucleotídicas de los genes, y el de las proteínas que son codificadas
por éstos. Dicho lo anterior, debemos entender que efectivamente casi desde el
inicio del desarrollo embrionario se empieza a desplegar el programa de
expresiones genéticas propias del embrión, determinadas por su propia identidad
genética. Dado que el desarrollo es un proceso dinámico y continuo,
perfectamente programado en espacio y tiempo, llegará un momento en que se
revelará cualquier diferencia que existiese en la composición alélica de sus
genes (dos juegos, uno procedente del padre y otro de la madre). Cada una de las
peculiaridades genéticas inherentes a un individuo singular, tendrá su momento
de manifestación. Las que usted cita son buenos ejemplos de ello, el grupo
sanguíneo, el tipo de Rh, o cualquier proteína que aparece a lo largo del
proceso embrionario fetal pone a prueba las diferencias genéticas constitutivas
entre el no nacido y su madre, y por tanto su realidad de seres humanos
independientes. Sin embargo no hay que esperar a que se manifiesten para asignar
la categoría de ser humano al embrión que está creciendo en el seno materno, ya
que en lo sustantivo las diferencias están marcadas desde el mismo momento de la
concepción. De acuerdo con Zubiri cuando una estructura es coherente alcanza la
suficiencia constitucional y, por tanto, la sustantividad. La identidad genética
que existe desde el primer momento en el cigoto es suficiente
constitucionalmente para que se desarrolle el individuo, y por tanto es
sustancialmente un ser humano distinto.
P.- Abordemos lo ontológico. Marca la obra de Xavier
Zubiri un hito en la concepción de la esencia humana y persona, sin duda como
magistral discípulo de Ortega. Partamos de la premisa jurídica, según la cual la
personalidad jurídica se fundamenta en la personalidad humana. Tras este
discurrir sobre la
Bioética, permítame doctor, ir adentrándonos en el terreno de
la Biojurídica.
Y comencemos con el concepto de “esencia” según Spinoza
(“Etica,” Editora Nacional, Madrid, 1975): “pertenece a la esencia de una cosa
aquello que dado lo cual la cosa resulta necesariamente dada y quitando lo cual
necesariamente no se da; o sea aquello sin lo cual la cosa -y viceversa, aquello
sin la cosa- no puede ser ni concebirse.” Por invariable desciframiento del
cariotipo (el individuo actualizando sus potencialidades, bajo la concepción
aristotélica de ‘physis’), en el momento en que se completa el juego cromosómico
(concepción) ya puede establecerse la esencia. ¿Podría darnos su visión sobre
este punto, concretando las características de la esencia? Así como los cambios
que afectan al ‘subjectum’ en tanto poseedor, no como
ser.
R.- Inconscientemente en la contestación anterior creo
haberme adelantado al concepto de la esencia a que alude su pregunta. La esencia
genética queda sustancialmente definida por la combinación de la información
reunida en el cigoto en el momento de la concepción, procedente de la
combinación aleatoria de los genes que poseen los parentales, y canalizada por
los gametos. Lo que ocurrirá tras la concepción es que esta esencia se irá
sustanciando en una serie de manifestaciones morfológicas y fisiológicas de
acuerdo con el programa del desarrollo. Entiendo que sí la esencia está presente
en el cigoto, también lo está la existencia, que sobreviene en el mismo momento
en que empiezan las actividades que de ella dependen, y que se suceden sin
discontinuidad desde el propio cigoto.
P.- Háblenos un poco sobre las ideas expresadas por Löw
(“Fundamentos antropológicos de una bioética cristiana,” Rialp, Madrid, 1992)
acerca de la sustancia y la definición del hombre en base a sus
atributos.
R.- Para contestar a esta cuestión me tengo que referir
a la componente filosófica de la bioética, cuyo elemento de reflexión principal
es la dignidad de la persona que debe ser defendida. Según diferentes autores se
proyectan dos planteamientos respecto al fundamento de la dignidad, que salvo
para ciertas posturas radicales, realmente no son incompatibles. Por una parte
está la idea de la sacralidad de la vida, cuyas raíces se encuentran en la
formación metafísica y en particular en la bioética personalista de inspiración
cristiana, y por otra la de la disponibilidad de la vida, sostenida por
intelectuales de formación laica, y en particular por los utilitaristas. Para
quienes comparten la perspectiva de una bioética personalista, la norma
fundamental es la defensa de la vida, un imperativo deontológico que se antepone
a todo. La bioética de corte laico se fija más en la calidad de la vida, como
antepuesto a la propia defensa de la vida. Desde esta perspectiva, la vida no
tiene que ser defendida por sí misma, sino sólo en los límites en los que parece
merecer ser vivida. Lo inherente a la concepción de la bioética desde el punto
de vista de la antropología cristiana es la valoración de la vida humana por
encima de todo, sobre la base de que el hombre posee una doble dimensión
corporal y espiritual, que forman un todo inseparable, y que por su dimensión
espiritual la vida tiene un valor que trasciende lo meramente natural. De
acuerdo con el profesor de teología moral y secretario de la conferencia
episcopal española D. Juan Antonio Martínez Camino[12], “la persona es
fundamentalmente un yo pensante (res congnitans) con un cierto tipo de relación
accidental y de dominio sobre la materia (res extensa),... la persona es cuerpo
y espíritu indisociablemente”. De acuerdo con la concepción de la bioética
cristiana la dignidad humana se basa en el hecho de que el hombre trasciende a
la propia naturaleza. No es el hombre para el mundo, sino el mundo para el
hombre porque éste es imagen de Dios. De ahí que todo ser humano sea de modo
especial sagrado.
P.- Comenta la doctora Vila-Coro: “el desarrollo se
puede definir como el cauce que sirve para que se manifiesten ciertas
peculiaridades ya existentes... el concepto de desarrollo elimina la adición de
cualidades necesarias.” Y así queda fuera del desarrollo la racionalidad, en
tanto cualidad esencial ya presente en el embrión, en tanto expresada por sus
genes (prueba de lo cual son las afecciones genéticas que afectan al
raciocinio): cosa secundaria es el desarrollo hasta la madurez del SN (que, como
citamos más arriba, puede alcanzarse a los 2 o 3 años de vida del niño) para
alcanzar la razón, pero la racionabilidad ya está presente. Qué opinión tiene,
Dr. Jouve, respecto a este tema de la racionabilidad y la autoconciencia del
propio yo.
R.- Cada persona, cada ser humano no solo es
genéticamente distinto a cualquier otro ser humano, es además el resultado de un
desarrollo físico y psíquico, consecuencia de su constitución genética y de los
factores ambientales y educativos que modelan su personalidad a lo largo de la
vida. A diferencia de las demás especies animales, en la evolución de la especie
humana se ha alcanzado un grado superior de inteligencia, de forma que conforme
se va alcanzando la plenitud intelectual, durante la infancia, las acciones
razonadas se van anteponiendo a las instintivas y reflejas. La especie humana es
la única que mediante el uso de la razón, piensa en su origen y en su destino,
que es capaz de crear sistemas lógicos, analizar las consecuencias de sus actos,
y en función de su voluntad actuar libremente. Es la única especie capaz de
comunicar sus ideas por medio del lenguaje, modelar su entorno, modificar el
ambiente a su beneficio y explotar a las demás especies biológicas (microbios,
plantas o animales). Como consecuencia de todo lo anterior el ser humano es
consciente de su existencia y dueño de sus actos. De acuerdo con las corrientes
realistas, desde Aristóteles a Maritain, pasando por Santo Tomás, algunos
existencialistas y por las escuelas personalistas, el ser humano debe ser
considerado un todo existencial de cuerpo y espíritu. Debido a sus cualidades
superiores psíquicas e intelectuales se puede afirmar que la persona humana es
lo más perfecto y digno de la Naturaleza, no debe considerarse
un medio, sino un fin en sí mismo, y debe ser sujeto de derechos inviolables,
entre ellos el más básico, el derecho a la vida. Dada la dignidad del hombre, el
ser humano, no se tiene derecho sobre una persona, como se puede tener sobre un
objeto, una cosa. El sometimiento de un ser humano al deseo absoluto de otro es
esclavitud.
P.- Un punto crucial a detenerse gira en torno al
concepto de personalidad que expone Xavier Zubiri (“Sobre la esencia,” Alianza,
Madrid, 1985): “la figura de lo que la realidad humana va haciéndose a sí misma
a lo largo de toda la vida... constituye un término progresivo del desarrollo
vital. La personalidad se va haciendo o deshaciendo, e incluso rehaciendo.” Para
la Dra.
Vila-Coro, “el hombre nace hombre, pero aprende a ser humano,”
en tanto asume su filum histórico o cultural. El término zubiriano de
personeidad, en contraposición a personalidad, vendría a significar el carácter
estructural (como punto de partida) para ser persona. Permítame, doctor que
-como biólogo- le exponga una serie de dudas surgidas en torno a la Etología. En ciertas
especies animales con estructura social (cánidos, primates, mamíferos marinos),
existe una convivencia con los antecesores que sirve como aprendizaje, un
‘escalado/posicionamiento’ social en función de la jerarquía y eficacia,... Por
ejemplo, y siendo más claro en las sociedades de primates, el lobo nace lobo
pero aprende (en sus cotidianas actividades sociales) a ser lobo, pues convive
con su familia o clan (s. str.), genéticamente hereda su ‘esencia de lobo’ pero
adquirirá su ‘animaneidad de lobo’ en el aprendizaje (educación de lo lobatos,
cuidado de las generaciones jóvenes, enseñanza de las estrategias de caza,
ordenamiento del clan,... )... y el lobo se va haciendo lobo, para luego dejar
otros lobeznos educados/adaptados: haciéndose, deshaciéndose o rehaciéndose en
función del resto del clan. Y los lobos se van haciendo cada vez más prácticos
(abandonando la caza sutil, comen en vertederos y se mueven entre campos de
cereales). En estos grupos existe una herencia genética, mas también un
aprendizaje y -lo que es más importante- el sentido de pertenencia a un clan
(versus familia). Doctor Jouve, ¿cree, expuesto lo dicho, que pueda hablarse de
una ‘animaneidad’ paralela -salvando las distancias- a la ‘personeidad’, entre
otras especies animales sociales?
R.- Sí estoy de acuerdo con la existencia de la
animaneidad como una condición de los animales, homóloga a la personeidad
definida por Zubiri e inherente al ser humano. La diferencia está en el grado de
conciencia que acompaña a las actividades de índole social de unos y otro. Los
animales poseen un grado de organización en cuanto a las relaciones de grupos
familiares, que a veces nos asombra, por la semejanza con ciertas pautas del
comportamiento humano. El altruismo, el apoyo mutuo, el aprendizaje, son
habituales entre las aves y sobre todo los mamíferos, es decir entre los grupos
taxonómicos más complejos y evolucionados en su sistema nervioso. Aún con todo
ello, debemos interpretar que estas acciones son instintivas, no reflexivas, y
fruto de una selección natural darwiniana muy exigente que, a partir de la
diversidad natural preadaptativa, habrá favorecido la criba de las poblaciones a
favor de la superioridad reproductiva, y por tanto la mayor eficacia biológica
de los individuos que explotan mejor el ambiente en el doble sentido del
aprovechamiento de los recursos naturales y de supervivencia por el escape de
sus depredadores o enemigos naturales. La gran diferencia, el salto cualitativo
enorme que se produce en la línea evolutiva humana, y que determina la condición
humana, de la que dimana la personeidad, es el de la capacidad de reflexión.
Esta, en su tendencia más básica, nos permite comprender la ventaja o desventaja
de nuestros actos y actuar a favor de un mejor aprovechamiento de los recursos
que nos ofrece la naturaleza, incluida la explotación de todas las demás
especies biológicas. Por la capacidad de razonar y por su inteligencia, el
hombre se hace dueño de sus actos, se convierte en un ser ético. Probablemente
esta dimensión ética es la que mejor define la especial naturaleza del ser
humano, la que explica su personiedad, que estaría por encima del espacio de la
mera animaneidad, sustentada en el instinto de los
animales.
P.- Entiende la doctora Vila-Coro que la hominización no
sólo es el resultado de una magnífica evolución del sistema nervioso, sino
-primordialmente- la autoconformación de la esencia a partir de elementos
fundamentalmente culturales, además de orgánicos: irrumpe el efecto
multiplicador de la civilización y la cultura. Esa desvinculación de lo orgánico
caracteriza al hombre, y no se da en ninguna otra especie por muy desarrollados
sistemas nerviosos que posean (delfines o primates). Surge un umbral entre el
estímulo del instinto y la respuesta (antes meramente fisiológica), que se ha
dado en denominar libertad. Háblenos, doctor, de los subsiguientes
requerimientos que exige la libertad: el conocimiento, la verdad, la
racionalidad.
R.- Estoy totalmente de acuerdo y plenamente convencido
de las peculiaridades distintivas del ser humano frente a todas las demás
especies biológicas, sobre todo debido al desarrollo de la capacidad de
reflexión. Del mismo modo comparto con la doctora Vila-Coro el diagnóstico de
que la evolución humana posee dos componentes, en cierto modo superpuestas y
complementarias. En primer lugar está la evolución biológica que, al igual que
para las demás especies, se basa en la diversidad creada por azar y en la
selección natural darwiniana, que da mayores oportunidades de adaptación al
medio y reproducción, y por tanto de transmisión hereditaria, a los individuos
mejor dotados. En segundo lugar está la evolución cultural que añade elementos
de transmisión de conocimientos por medio de las relaciones interpersonales, no
heredables desde un punto de vista genético. La capacidad de reflexión,
convierte al hombre en un ser pensante, consciente de su actos, capaz de dominar
y moldear el mundo que le rodea. La fabricación de utensilios para la caza, la
domesticación de los animales y las plantas fueron sus primeras manifestaciones.
Como consecuencia de estas capacidades el hombre fue adquiriendo conciencia de
la trascendencia de sus actos, y en consecuencia de su libertad de acuerdo con
la voluntad que los impulsa. También adquirió conciencia de la conveniencia de
enseñar lo aprendido y de transmitir sus conocimientos. Esto supone un elemento
de extraordinaria trascendencia que repercute en el éxito del hombre como
especie biológica, que es cada vez más capaz de dominar las fuerzas de la
naturaleza y utilizarlas en provecho de su propia existencia, alimentarse mejor,
defenderse mejor de sus enemigos, vivir en mejores condiciones, alargar su
esperanza de vida, sobrevivir a las adversidades.
P.- Durante la filogénesis evolutiva, el alma -como
consecuencia del proceso de evolución del sistema nervioso- es efecto de esa
diferenciación y creciente nivel de complejidad. Ahora bien, alcanzada la
hominización, el alma pasa de ser efecto a ser causa. La escuela tomista
confundía la evolución filogenética con el desarrollo ontogenético, negando alma
espiritual al embrión humano. No podía Santo Tomás imaginar el ulterior
desarrollo de las Ciencias ni de la Filosofía, ni soñar con el masivo
advenimiento de fehacientes datos que la Antropología y otras ciencias
nos han aportado; y es por eso -pienso- que se negara el alma al embrión,
interpretando las Antiguas Escrituras al pie de la letra y sin los conocimientos
que se nos han ido revelando. Y en este punto, doctor, me resulta maravilloso
que en el Génesis se nos narre la creación del hombre como tal, como ser humano
dotado de alma (hominizado), sin pasar por toda el proceso de hominización
(evolución), y observo: en primer lugar, que -desde luego- quien escribió el
Génesis no conocía lógicamente lo que las Ciencias nos han revelado desde Mendel
y Darwin hasta nuestros días; segundo, que -precisamente- lo que se nos relata
es la creación del hombre, la que ontológicamente nos interesa en este debate,
no la evolución del Australopithecus ni toda la línea filogenética desde los
primates hasta los homínidos, asunto que -se deja- precisamente al desarrollo de
la razón de las generaciones futuras; tercero, la no ‘absoluta revelación
filogenética’ entonces nos ha posibilitado, con nuestra propia evolución
intelectual, alcanzar por nosotros mismos la ‘revelación científica’ como
soporte racional de la ontológica. Su opinión, Dr. Jouve.
R.- Me gustaría señalar que en interpretación de los
teólogos modernos, las Antiguas Escrituras no se deben tomar al pie de la letra.
El Génesis no supone una relación cronológica exacta de los hechos acontecidos
en la creación del mundo, sino la expresión literaria adaptada a la forma de
pensar inspirada en la
Revelación divina y destinada al pueblo en la época en que fue
escrita. Romano Guardini, Profesor de teología de la Universidad de Munich, en su obra
póstuma recogida a finales de los años sesenta[13], expresaba lo siguiente sobre
el Génesis: “No podemos tomarlo como texto científico al estilo de los que
presentan nuestros manuales y tratados. Lo cual no significa que sean algo
fantástico o arbitrario.. Sería un esfuerzo vano, si como era habitual hace unos
decenios, se quisiera armonizar las distintas ideas de los relatos de la
creación con los resultados de la Ciencia natural de cada época....
Mientras el primer retrato, a través de la serie escalonada de las cosas,
prepara la aparición del hombre y ve a éste como su coronación, el segundo pone
al hombre en el centro y contempla el conjunto desde él... el hombre es puesto
en inmediata relación de semejanza con Dios. Las distintas expresiones de la
escritura sólo puede ser entendidas si se las ve en su relación con el todo.
Este todo no es de tipo sistemático, como sucede en un tratado un manual; se
basa en el hecho básico de que Dios habla, conduce la historia del hombre hacia
su salvación”. Sin embargo, es sorprendente, la compatibilidad general de los
hechos narrados en el Génesis y los descubrimientos científicos, en lo que atañe
al orden con que debió tener lugar la sucesión de acontecimientos a partir de la
creación de la materia, la luz, los astros, los mares, los seres vivos y por
último el hombre. Dicho lo anterior procede explicar que lo propio del hombre,
en expresión de Guardini “lo que resulta novedoso en la constitución del hombre
en cuanto tal es el espíritu, no lo espiritual”. El propio Guardini lo explica
de la siguiente manera: “lo propio del hombre no es (solo, añadiría yo) el
resultado de una serie, por larga que sea, de pasos evolutivos, por pequeños que
sean, a partir del animal; antes surge como algo nuevo a partir de un acto
expreso del poder creador de Díos. El espíritu es algo más y algo distinto.
Significa que existe ahí como realidad concreta y toma iniciativas. Es el
espíritu personal, con su posibilidad de salir del inmediato contexto de la
naturaleza y enfrentarse al mismo, conocerlo, decidir sobre él, actuar sobre él
con una finalidad consciente y configurarlo. De este espíritu dice
la
Revelación que surgió como soplo del aliento de Dios (Gen 2,7),
del Dios que es el Creador y Señor personal del universo. De modo que la
humanidad del hombre procede, por vía directa, de Dios, atravesando, por así
decir, las causas inmanentes de la vida en su totalidad
”.
P.- Para Zubiri (“Sobre el hombre,” Alianza, Madrid,
1986) la esencia es la unidad estructural de la sustantividad, constitutiva de
la realidad humana que existe desde la célula germinal: el germen es un hombre
germinante, ‘es ya’ formal y no sólo virtualmente hombre. Y pone como ejemplo el
caso del mongólico: la psique mongólica (trisomia del cromosoma 21) surge en la
replicación de los cromosomas, no cuando se desarrolla el sistema nervioso. ¿Qué
opinión le merecen las réplicas de Diego Gracia al autor citado, en el sentido
de que la sustantividad sólo aparece en cierto momento de la filogenia
embrionaria?
R.- Según Zubiri la realidad es sustantividad y la
sustantividad es suficiencia constitucional. Los avances de la Genética y de
la Biología
Celular, permiten afirmar hoy que el zigoto es una realidad
claramente distintiva y que posee la esencia del nuevo ser. Por lo tanto, el
embrión desde una célula, es sustantivamente el nuevo ser, y ha de ser
considerado como una realidad dotada de suficiencia constitucional. Sin embargo,
el Profesor Diego Gracia[14] se plantea la constitución de la realidad viva al
margen de la
Genética, y niega su participación como elemento constitutivo
del “nuevo ser”. Por ello, propone el retraso de la suficiencia constitucional y
la realidad del nuevo ser, a un momento posterior del desarrollo embrionario,
que de acuerdo con la constitución del sistema nervioso, o con el desarrollo del
sistema principal de histocompatibilidad, podría situarse en torno a las ocho
semanas. La consecuencia de esta interpretación es que si no hay suficiencia
constitucional, no pueden establecerse derechos de defensa del embrión, o del
feto hasta ese momento.
Por las razones que he expuesto en
contestaciones anteriores me mantengo en la certeza de que los genes contenidos
en el zigoto son más que una mera suma de unidades hereditarias. Constituyen el
programa determinante y completo de la organización y estructuración del nuevo
ser. Los genes son tan determinantes que de ellos va a depender el sexo y las
características morfológicas y fisiológicas generales del individuo. Los genes
no cambian desde la concepción, de modo que lo que constatamos es que en todas y
cada una de las etapas del desarrollo, se van alternando las expresiones
genéticas, se disparan actividades de unos genes al tiempo que se reprimen
otros, se constituyen nuevos tejidos, se diferencian nuevas especialidades
celulares. Para que entendamos mejor la trascendencia del determinismo genético
realmente existente en el momento de la concepción. pensemos en lo que ocurre
cuando aparece un error en el genotipo que afecta a uno o varios genes, o al
cariotipo que se constituye tras la reunión de la información genética
transmitida vía gameto. La variante ya existe en el cigoto, aunque se
manifestará más tarde. Si existe, es real, y si es real, de acuerdo con Zubiri,
hay sustantividad y por lo tanto debía permitirse su suficiencia constitucional.
De este modo, sí en el momento de la concepción se reúnen en el cigoto tres
cromosomas 21, en lugar de dos, surgirá un síndrome de Down, que se manifestará
mucho más adelante. Sí en el momento de la concepción se constituye una dotación
cromosómica XY, veremos que en el momento de desarrollo adecuado se disparará el
proceso de la diferenciación de un sistema genital y de una morfología de varón.
Veamos otro ejemplo, las regiones diferenciales de los cromosomas X e Y no
aparean en la meiosis del varón, previa a la formación de los gametos
(espermatozoides), y se tienden a heredar íntegras (como si de un gen se
tratase, aunque son largas y portan múltiples genes cada una). En situaciones
aberrantes, con una frecuencia de aproximadamente 1/20.000, durante la
gametogénesis masculina se produce un intercambio en las regiones diferenciales
próximas a la seudoautosómica[15]. Cuando esto ocurre se pueden producir los
raros casos de mujeres XY y varones XX. Un examen de estos casos ha revelado que
hay una región de ADN de unos 140.000 pares de bases en el cromosoma Y, en la
proximidad de la región seudoautosómica (región Yp11.3), que codifica para el
gen TDF (=testis determining factor). El que un cariotipo 46,XY derive hacia
mujer se debe a que se perdió (por recombinación en la meiosis paterna) la
región que incluía el gen TDF en el cromosoma Y del espermatozoide que intervino
en la fecundación. El que un cariotipo 46,XX, de lugar a un varón, se debe a la
inclusión (por recombinación en la meiosis paterna) de la secuencia TDF en el
cromosoma X del espermatozoide fecundante. Tanto, en circunstancias normales,
como en estas situaciones, en el cigoto existe ya la sustancia genética que
determinará la suerte de organogénesis, masculina o femenina, del embrión que se
acaba de formar. ¿Puede negarse que en el zigoto hay ya suficiencia
constitucional dependiente del papel de los genes allí y de por vida
reunidos?.
P.- Entremos en algunos aspectos jurídicos. El
significado de persona se ha reducido a su cualidad jurídica, una creación
subjetiva del poder legislativo, definiendo al hombre como aquel que goza de
derechos civiles. No es lo mismo el concepto ontológico de persona que el de
personalidad (su interacción en la sociedad). En este confuso planteamiento
Albadalejo (“Derecho civil. Introducción y derecho de la persona,” Bosch,
Barcelona, 1991) declara: “Jurídicamente es persona todo ser a quien el derecho
acepta como miembro de la comunidad.” No faltan ejemplos históricos de negación
a determinados grupos del carácter de personas. Qué aclaraciones, doctor, podría
aportarnos para aclarar esta confusión de términos.
R.- Entiendo que el concepto de persona es propio de
nuestra especie por su especial dignidad. Particularmente me vinculo a la idea
de persona expuesta por el profesor de filosofía Urbano Ferrer[16]: “En la
persona están implicados distintos planos de articulación entre la identidad y
la relación (nivel lingüístico, nivel sociológico y nivel psicológico). Resulta
de ello que la persona configura su identidad a través de diversos marcos
referenciales: lo público, lo histórico, el lenguaje, y la pertenencia a una
cultura particular... la persona es digna antes de dignificarse con sus actos
morales, y correlativamente, los actos morales la hacen digna porque tienen por
supuesto una dignidad que es previa a sus realizaciones morales”. En aplicación
de la tradición del humanismo cristiano y el derecho romano, el hombre en cuanto
persona tiene una dignidad superior a cualquier otra criatura y por ello es
objeto de una protección jurídica especial. Sin embargo, constatamos que
lamentablemente los derechos no alcanzan a todos los hombres con igualdad. En mi
opinión los derechos deben extenderse a todos los hombres, y a cada hombre en
todas y cada una de las etapas de su existencia, pues el hecho de no haber
alcanzado un grado determinado de relación e interacción social, no implica que
no deba reconocerse su capacidad para ello, ni la dignidad de persona que es
previa a sus realizaciones morales. Puede ser que simplemente no haya gozado de
la oportunidad de llegar a ese estatus por razones de tiempo (desarrollo
ontológico) o de interacción ambiental (educación, aprendizaje, etc.). ¿Como
podría negarse a un hombre el mismo tratamiento que a cualquier otro, si las
diferencias entre ambos fuesen consecuencia de un desarrollo inacabado, o debido
a factores externos y ajenos a ellos?. Considero todas las teorías o argumentos
que tratan de diferenciar grados distintos entre las personas, bastante carentes
de sentido de la dignidad humana. Al final sólo sirven para establecer
diferencias injustas entre personas, justificar pretendidas diferencias
raciales, o en su vertiente más reciente, tratar de establecer argumentos que
permitan manipular libremente al embrión humano o eliminar al concebido no
nacido, en su etapa más indefensa
P.- Refiriéndonos a la personalidad jurídica, Storch de
Gracia y Asensio (“Acerca de la naturaleza y jurídica del concebido no nacido,”
La Ley, nº 1726,
Madrid, 1987) opina: “lo que otorga el Ordenamiento Jurídico es la posibilidad
de ser titular de derechos y obligaciones, no la cualidad de ‘ser alguien’ en el
mundo jurídico; concede, pues, la ‘capacidad jurídica’ como ‘quantum’ de la
personalidad, atributo éste que sólo cabe reconocer, no otorgar.” Es la persona,
ya existente, a quien el derecho dota de personalidad jurídica: ¿no es así, Dr.
Jouve?
R.- La bioética personalista a la que yo me vínculo
parte de la idea de que el ser humano trasciende lo meramente natural. En este
sentido, la persona tiene los derechos que son inherentes a su dignidad, y las
leyes deben limitarse a reconocerlos. Sin embargo, la corriente utilitarista
basa los derechos del hombre en cuanto a su constitución biológica, que como
indicamos anteriormente se fija más en la calidad de vida que en el derecho a la
vida. Desde esta perspectiva, se inducen leyes que distinguen casos en los que
una vida humana merece la pena o no ser vivida. Emana de esta concepción la
idea, que desde luego no comparto, de que la persona no posee derechos
inherentes sino que posee los derechos que le otorgan las
leyes.
P.- En cuanto a las opiniones de De Castro y Bravo
(“Derecho Civil de España,” Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1952 y
1955) negando al ‘nasciturus’ el carácter de persona, resulta interesante que,
en aquellos tiempos, el no nacido aun estaba en España protegido, por lo que su
concepción jurídica no era tan relevante. Ya planteábamos en el tercer punto de
este cuestionario la primacía, para el legislativo, de los intereses políticos y
de la contextualidad histórica sobre los principios bioéticos. ¿No le parece que
se echa de menos una legislación mundial que recogiera, inmutable, unas
primordiales bases éticas: separando definitivamente el legislativo del
judicial?
R.- Permítame que desde mi mentalidad de científico,
señale mi asombro por la falta de rigor o de escrúpulos que se advierten en los
vaivenes y cambios del legislativo, o del ordenamiento jurídico general, que
parece más sensible a los deseos de la sociedad o de los políticos, que a los
propios derechos que deben asistir a la persona, y que en mi opinión están muy
claros y bien asentados, al menos en la cultura occidental. Es patente que
existen tendencias y modos de entender el fenómeno humano. Lo que asombra es la
facilidad con la que se pretende elevar la calidad de vida de la humanidad, sin
contar con lo más elemental, el propio hombre. Paradójicamente todo apunta a que
se trata de legislar para el hombre, pero sin el hombre. Recuérdese además lo
que dijimos al principio de la entrevista con relación a la manipulación de la
opinión pública. Si alguien desea tener éxito en sus aspiraciones como candidato
a un puesto político, si ese alguien carece de escrúpulos y, si además, ignora
la dignidad del hombre desde el mismo momento de la concepción, ante unas
elecciones más o menos reñidas, bastará una buena campaña de promesas,
encaminada a la implantación de una ley que libere de una carga a sus
potenciales votantes, permita la curación de enfermedades, etc., aun cuando se
atropelle el principal de todos los derechos, el derecho a la vida.
Lamentablemente, el espectáculo consiste en que de este modo la justicia se
convierte en un juguete en manos de los políticos, y casi tan cambiante como
ellos. De esta forma determinadas acciones de la justicia suponen el abandono de
sus bien asentados principios y queda expuesta al arte de la
política.
P.- Debería entenderse la viabilidad más allá del
artículo 30 del Código Civil, en su concepción de ‘condicio iuris de la
personalidad.’ La más evidente y primaria viabilidad es la de un completo juego
cromosómico en el cigoto bicelular. Secundarias y, permítame la expresión,
absurdas son otras: es viable el blastocisto implantado desde los 14 días; es
viable el nacido; es viable el nacido pero sólo desde las 24 horas;... Creo que
deberíamos entender la ‘viabilidad’ como segura potencialidad, en el natural
desarrollo del cigoto, de concluir satisfactoriamente en una formación
morfológicamente humana: el recién nacido que, por ende, comienza su respiración
pulmonar. Me atrevería a decir que en el discurrir vital del ser humano hay dos
‘momentos trágicos’ -en el sentido más unamuniano del término- trascendentales
que nos enfrentan a la muerte: cuando en el parto el niño debe empezar a
respirar afrontando un medio aéreo; cuando realmente, por la edad, enfermedad o
un accidente, sucumbimos a la inviabilidad del organismo. Se está jugando con un
doble lenguaje: se exige un ‘pedigrí’ de viabilidad al embrión para que tenga
derecho a ser persona viable, dotada de derechos jurídicos; pero la viabilidad,
por propia fisiología, se tiende a la muerte (inviabilidad del adulto en su
declive, y del ‘nasciturus’ enfermo o ‘no no viable’), y así se tiende a limitar
esa viabilidad (embriones congelados como recurso a células madre, aborto,
eutanasia pasiva o activa). ¿Qué opinión le merece esta manipulación del término
‘viabilidad’?
R.- El término viabilidad es en efecto objeto de
múltiples interpretaciones, y al igual que otros conceptos procedentes de la
biología, ha sido manipulado para dejarlo en un plano que no imponga trabas al
establecimiento de normas jurídicas en todos aquellos aspectos que se enfrentan
con una bioética de corte utilitarista. En biología, viabilidad supone la
condición de ser viable, es decir la capacidad de vivo de un ser alcanzar su
estado adulto. De esta manera, sabemos que un cigoto es inviable, cuando por sus
características genéticas, o por su constitución cromosómica, no progresa o se
colapsa en algún momento a lo largo de su desarrollo embrionario o fetal, pero
no por un factor accidental, externo al propio embrión, sino por su propia
constitución genética. El concepto de viabilidad se puede extender también hasta
el momento de desarrollo en el que se alcanza la madurez sexual. En biología se
opina que un organismo no es viable, cuando tras la formación del cigoto, siendo
este viable se produce la muerte antes de alcanzar la etapa reproductiva. Sin
embargo otra cuestión es que tengamos la capacidad de predecir cuándo un cigoto,
o un embrión, o un recién nacido va a ser viable. Cuando estamos hablando de
derechos individuales las estadísticas no deben contar. En general, no hay
certeza de viabilidad o inviabilidad, ni modo alguno de predecirla en todos los
casos. De este modo, por ejemplo l a experiencia nos señala que entre los
abortos espontáneos hay casos en los que la constitución cromosómica coincide
con la de niños nacidos con ciertas alteraciones o síndromes, que incluso pueden
llegar a adultos y hasta ser fértiles. Las aneuploidías que afectan a los
cromosomas sexuales tienen en general un efecto fenotípico menos acusado que las
que afectan al resto de los cromosomas (autosomas), y presentan el caso en que
individuos monosómicos (mujeres con el síndrome de Turner, 45,X0) son viables,
aunque aproximadamente el 18% de los abortos causados por anormalidades
cromosómicas se deban a la monosomía del X (el 99 % de los embriones 45,X0 no
llegan a término). Al hablar de embriones, el término viabilidad se hace aún más
complejo, ¿quién puede decidir si un embrión es o no viable por tener unas
células aparentemente dañadas?, ¿se trataría de un embrión muerto con células
vivas, o de un embrión vivo con células muertas?. Pese a lo que se nos quiera
señalar, la única forma de conocer sí un embrión es viable o no es dejándo que
se desarrolle.
P.- En palabras de Lejeune (“¿Qué es el embrión humano?,
Rialp, Madrid, 1993): “la congelación daña... al 75 % de los embriones,
resultando destruidos cerca del 50º % de ellos.” Consecuencia lógica del
desgaste metabólico, pues persiste una -aunque aletargada- respiración celular,
en tanto no hay aporte nutritivo alguno. Las técnicas de FIV plantean un serie
de cuestionamientos éticos, por ejemplo. ¿con qué derecho se dispone libremente
del destino (de la vida) de un ser humano, congelado y en continuo desgaste pero
privado de alimentación? Ya la Dra. Mónica López Barahona en
este mismo foro (Arbil, nº 75, enero 2004) comentaba: “... la congelación
siempre supone una agresión al embrión. Esta agresión no es sólo desde el hecho
objetivo del daño celular que provoca la congelación; sino también desde el
punto de vista bioético. No es éticamente aceptable ‘suspender’ las reacciones
metabólicas de un individuo de la especie humana en las primeras fases de su
desarrollo... “ ¿No le resultan chocantes estas técnicas, que pretenden obtener
células madres de embriones a los que se les impide hasta su crecimiento?
R.-Lo señalado por la Dra López Barahona sobre la
congelación de embriones es rigurosamente cierto. El proceso es traumático en el
momento de la congelación, durante el mantenimiento del ser congelado y en el de
la descongelación, aumentando sensiblemente el riesgo de muerte de los embriones
así manipulados, por el propio tratamiento. La deducción inmediata es que
estamos ante una vulneración de derechos a estos seres congelados, que son seres
humanos dormidos ante la vida, y de cuyo sueño artificialmente forzado puede que
no despierten nunca. Pensemos en cómo reaccionaríamos ante un caso en el que por
la negligencia de un médico, se muriese un paciente tras una mala administración
de anestesia. En el caso de los embriones, el problema es similar, pero se
acentúa por el hecho de la falta de un estatuto que lo proteja, y de unas leyes
que exijan un control riguroso y un tratamiento adecuado para estos seres
humanos. Sí al final los embriones se tratan como “masas de células”, o
“estructuras biológicas”, como enfáticamente se les define en algunos puntos de
la reforma de la
Ley 35/1988, sobre técnicas de reproducción asistida, aprobada
en España en 2003 (Ley 3+3), no esperemos que en las clínicas o en los
laboratorios en que se practica la
FIV se vayan a tratar de otra manera. Sí se trata de parejas
con problemas de fertilidad, y se ha de garantizar el éxito en la obtención de
un descendiente, al menos se cuidarán los embriones que se vayan a implantar,
pero en el caso de los mal llamados “embriones supernumerarios” o “sobrantes”,
que fueron congelados y ya no van a ser utilizados con fines reproductivos
¿quién garantiza su derecho al trato debido y a su
supervivencia
P.- El derecho a la propia identidad personal debe
entenderse en sus dos vertientes: en primer lugar, como el derecho a la propia
identidad genética; segundo, como el derecho a gozar del hábitat proporcionado
por sus progenitores. En el caso de las técnicas de FIV resulta evidente que se
vulnera el segundo. La ingeniería genética amenaza, al manipular los genes de
células madre embrionarias, con violar drásticamente el primero. Madres de
alquiler, inseminación ‘post-mortem’, inseminación de mujeres solteras
(incluidas lesbianas),... Realmente, doctor, ¿no cree que el panorama no resulta
nada alentador?
R.- El repertorio de situaciones antinaturales que usted
cita son realmente poco alentadoras. El problema es que probablemente no hemos
hecho más que empezar, y que a partir de estas manipulaciones surgirán otras aún
más sorprendentes. Pensemos por ejemplo en la clonación, en sus modalidades
reproductiva o no reproductiva, están a diario en los medios de comunicación. En
mi opinión, el problema mayor que se plantea en la actualidad desde la
perspectiva de la bioética personalista es el problema de la identidad. Es
preciso defender la identidad, al menos tanto como se defiende la propia vida.
Como señala D’Agostino “la vida humana es digna porque el hombre es el único
sujeto natural que posee una identidad no reducible a su constitución
biológica... la defensa de la identidad hay que considerarla una preocupación
primaria del derecho... implica el derecho a un patrimonio genético no
manipulado”. Yo añadiría que manipular la identidad supone ejercer un dominio
sobre el sujeto manipulado, operar una deformación profunda de la subjetividad.
El nuevo ser se convierte en un objeto de diseño, bien sea para satisfacer los
deseos de una pareja que quiere hacerse cargo de él, o para orientar
biológicamente su biografía, negando el derecho a la propia identidad al nuevo
ser. La manifestación más clara y lamentable de ésto la presenta la llamada
clonación reproductiva, en la que al embrión procedente de un transplante
nuclear de una célula de otra persona, se le niega el derecho a su unicidad.
P.-Como consecuencia de estas manipulaciones de gametos
y embriones, la desestructuración de las relaciones filio-paterno-maternales
viene a representar una involución en nuestra especie, frente a otros mamíferos
sociales, por cuanto es de por sí antisocial al romper un hábitat natural, un
entorno familiar y cultural. Recasens Siches (”Filosofía del Derecho,” Pornía,
México, 1961) dice: “La persona es lo único que jamás es una parte, sino que
siempre es el correlato de un mundo, de su mundo; del mundo en el cual ella se
vive a sí misma.” Reflexionando sobre estas disociaciones resulta prioritario
preguntarse sobre las consecuencias en el nacido bajo las técnicas de FIV;
quiero decir: ¿cómo se siente aquél que no sabe quién es su padre?, ¿o aquel que
acaba sabiendo proviene de un anónimo banco de embriones congelados? Sin duda
creo que deben existir toda una serie de repercusiones
psicológicas.
R.-Tenemos que pensar en lo que nos diferencia como
especie biológica del resto de los organismos. Empecemos por señalar algo sobre
la evolución de las especies. Podemos definir la evolución como un cambio de las
características genéticas de las poblaciones en relación con el tiempo. En
principio todas las especies deben su éxito evolutivo a la capacidad de
adaptación y procreación en las condiciones que impone el ambiente en el que
viven en cada momento concreto. El éxito evolutivo equivale a la existencia de
diversidad genética, y ésta se produce por azar y se va acumulando en el seno de
las poblaciones. En cualquier caso, la evolución es lenta, porque lenta y
limitada es la aparición de las mutaciones, y porque las mutaciones no son
creadas para solucionar los problemas que plantea el ambiente, sino que son
aleatorias, caprichosas, y en su inmensa mayoría desfavorables. De esta manera,
el cambio ambiental con el tiempo, que es una realidad tan patente como el
cambio biológico, puede ser incluso más rápido que éste, lo que explicaría que
algunas especies no lleguen nunca a encontrar las variantes genéticas adecuadas
a sus necesidades de adaptación, y terminen extinguiéndose. Puede ocurrir
también, que una población o una especie pierda su riqueza genética, sufra una
depauperación en su acervo genético, y se extinga por falta de recursos a la
mínima variación ambiental a la que se vea sometida. Todo lo que acabamos de
indicar es común a todas las especies, y en muchas de ellas la capacidad de
adaptación se debe a su organización en grupos sociales, que llegan incluso al
reparto de papeles. En el caso de la especie humana, gran parte de su éxito se
debe a a la superposición de sus características físicas, y sobre todo a su
carácter de especie organizada socialmente, y en la que la unidad familiar, la
relación padre-madre-hijos, ha jugado un papel determinante. En esta estructura
es notable la dependencia de los hijos respecto a los padres, y la necesidad de
éstos en las etapas cruciales del desarrollo intelectual y de la personalidad.
Para mi es evidente que la sustitución de esta estructura, que es lo natural en
el hombre, por otros modelos puede influir de forma negativa en la formación de
los hijos, que de entrada se plantearán dudas sobre su origen, sobre su propia
procedencia biológica. Pero además, desconocemos de momento, o es difícil dé
prever que ocurrirá con la propia especie si seguimos por el camino de provocar
un cambio en la organización social, basada en el núcleo familiar natural, que
ha sido clave para nuestro éxito como especie dominadora.
P.-Lledó Yagüe (“Fecundación artificial y derecho" ,
Tecnos, Madrid, 1988) ya comentaba la primacía de los derechos del ‘nasciturus.’
Son los derechos del no nacido los que deberían prevalecer, más aun en su
indefensión, sobre el de sus progenitores. Es el concebido el que tiene derecho
a tener unos padres, no el de unos padres a tener un hijo como bien, como
posesión. Hoy todo el mundo invoca el derecho a tener hijos (parejas estériles,
madres solteras, viudas, parejas de hecho): ¿no cree, Dr. Jouve, que el
concebido se maneja, más que como persona, como bien de mercado?.
R.-En efecto, esto es así y paradójicamente es la
principal consecuencia de la implantación de un sistema de reproducción pensado
para facilitar la descendencia a las parejas con problemas de fertilidad. El
maravilloso avance técnico que permitía superar estos problemas derivó hacia un
sistema que deja en segundo plano al descendiente y ha adquirido una fuerte
componente comercial. No se nos olvide la cantidad de clínicas de FIV que han
surgido, las pingües ganancias que reporta, y el hecho de que algunas de estas
empresas cotizan en bolsa. La desvirtuación de lo que supone un problema clínico
en el contexto de una sociedad imbuida por el postmodernismo, ajena a la
dignidad y los valores de la persona, ha traído consigo el convertir en un
derecho el noble deseo de tener hijos, cuando es justamente lo contrario de lo
natural. Es el derecho de los hijos (desde la etapa embrionaria) a tener unos
padres lo que debería ser considerado. Esta contradicción entre la lógica
natural y el derecho, a lo que ha conducido, como ocurrió en el caso del aborto,
es a minusvalorar e ignorar la realidad de unas vidas humanas indefensas, frente
al egoísmo de quienes desean a toda costa un hijo, o no lo desean de ninguna
manera. En cualquier caso éste queda supeditado al capricho de los adultos.
P.-Creería interesante detenernos en la
representatividad del individuo con la especie. Comenta Fromm (“Man for
Himself: an Inquiry into Psycology of Ethics,” Reinhart, Nueva York, 1947): “Un
individuo representa la especie humana. Es un ejemplo específico de la humanidad. Pero sucede
que a la vez es él y es todos: es un individuo con sus peculiaridades, y en este
sentido es único; y al mismo tiempo es representante de todas las
características de la especie humana.” Esta concepción del individuo como
reserva genética y anímica del ser humano parece una adicional aportación a
tener en cuenta y, en este sentido: ¿qué opinión le merece la conceptuación del
ser humano como ulterior potencial reservorio
genético-cultural?
R.- Sinceramente, creo que éste es el menor de los
problemas con el que nos enfrentamos, dado el crecimiento de las técnicas que en
un futuro más o menos lejano, tienden a “fabricar” seres humanos, o modificar
sus características “a la carta” mediante prácticas eugenésicas. Todos los
individuos tienen el mismo valor, dada la dignidad que se supone al hombre por
el mero hecho de pertenecer a la especie. Cada persona aporta un acervo genético
individual al conjunto de las poblaciones humanas en que desarrolle su
actividad. Sin embargo, la transmisión genética de un solo individuo de la
población es irrelevante para la especie, máxime en nuestra especie que, como
consecuencia del desarrollo de su inteligencia ha llegado a un estatus en el que
se ha conseguido alargar la esperanza de vida y paliar muchos de los factores
limitantes de la esterilidad o de la propia supervivencia. Las características
genéticas individuales son poco trascendentes para la transmisión hereditaria,
salvo que se implantasen de nuevo ideas eugenésicas, como las que afloraron en
la primera mitad siglo 20 en EE.UU,, tras el descubrimiento de las bases
genéticas de determinadas enfermedades que se trataban de erradicar, y sobre
todo en Alemania unida a las ideas racistas y expansionistas de la etapa nazi,
que contribuyeron a la persecución y holocausto de determinadas capas sociales,
y que fue el desencadenante de la Segunda Guerra Mundial.
Afortunadamente estas ideas parecen hoy aparentemente controladas.
Respecto a la transmisión cultural, en
el momento actual la tendencia es muy favorable. En un mundo dominado por la
tecnología de la comunicación, parece claro que los conocimientos de todo tipo
son cada vez más fáciles de transmitir y de llegar a un mayor número de
personas, que nunca en el pasado.
P.- Vivimos en una época sumamente concienciada con la
defensa del medioambniente y, por tanto, de la biodiversidad. Y, sin embargo,
técnicamente ya es posible crear humanos clónicos, realidad que -tal como- van
las cosas no tardará en llevarse acabo: el siguiente paso tras la clonación
terapeútica será la del ser humano. ¿Parece que ya ha habido algún caso,
no?
R.- En primer lugar conviene señalar que no es posible
todavía crear individuos humanos clónicos, a pesar de la propaganda o de los
intereses de determinados personajes, las cosas de momento no son tan fáciles. A
lo más que se ha llegado es a la obtención de embriones en sus primeros estadios
de desarrollo que no han progresado más allá de la fase de blastocisto. En
febrero pasado, los investigadores surcoreanos Suk Hwang y Moon Shin-Yong[17]
publicaron en Science un trabajo de clonación por trasplante de núcleos en
ovocitos humanos enucleados inspirado en la misma tecnología que la que se
utilizó para el desarrollo de la oveja Dolly, y con la finalidad de producir
líneas celulares útiles para transplantes. El rendimiento fue muy bajo, ya que
se partió del trasplante de núcleos de cientos de ovocitos procedentes de 16
mujeres, a los que se implantaron núcleos de células adultas de la misma mujer
de que procedía cada ovocito. De todos estos embriones sólo progresaron 30, y
sólo uno de ellos que llegó al estado de bastocisto, siendo utilizado para su
disgregación y obtención de una línea celular.
Pero vayamos por partes, lo primero
sería precisar lo que entendemos por clonación. La clonación se puede definir
como “la producción intencionada de células, tejidos, embriones o individuos que
tienen la misma información o identidad genética”. En un sentido restrictivo,
que es el que sostienen ciertos grupos interesados, los clones se referirían
solo a la producción de una persona con los genes de otra. Sin embargo, si nos
fijamos en el concepto de identidad genética como característica común al clon,
esta definición es más amplia y abarca también la producción de células, tejidos
o incluso órganos, a través de la proliferación de células en cultivo que
proviniesen de una célula inicial, sea el cigoto o una célula de un embrión, o
de un adulto, vayan a usarse o no con fines reproductivos. En atención a las
diferentes finalidades o modalidades de actuación tenemos que distinguir dos
tipos genéricos de clonación: la llamada clonación reproductiva, que se propone
la producción de embriones idénticos entre sí, o de embriones con la identidad
de una persona ya existente, para que nazca un niño idéntico a otra persona; y
la clonación no reproductiva, también llamada de forma inapropiada clonación
terapéutica, que pretende la utilización de las células madre de un embrión
previamente producido, lo que exige su destrucción y la disgregación de las
células de la masa interna del blastocisto. A esta segunda modalidad se le
aplica de forma incorrecta el calificativo de terapéutica, por cuanto aún no han
surgido aplicaciones clínicas reales. Sería más correcto llamarla algo así como
clonación con fines de investigación para uso terapéutico. No existen dudas
sobre la potencial utilidad de los linajes celulares con finalidad clínica, pero
sí sobre la ética de su procedencia. De cualquier modo, las pretendidas
aplicaciones terapéuticas con las células troncales embrionarias deben
contemplar la necesidad de superar los problemas de la capacidad real de
programación genética en la dirección correcta, y del control de la
proliferación celular, en evitación del riesgo de que los tejidos que se deriven
de ellas se transformen en células cancerígenas. La utilización de las células
madre de adulto, procedentes de tejidos somáticos, ofrece una alternativa cada
vez más real y eficiente, ya que no plantean el grave problema ético de la
destrucción de embriones. Pero además, no producen células tumorales. Con casi
plena seguridad podemos hoy afirmar que el futuro de la medicina degenerativa en
cuanto a tejidos deteriorados está más en manos de células adultas
multipotentes, que se desprograman y reprograman genéticamente con relativa
facilidad, y que ya han dado resultados excelentes en el tratamiento de la
regeneración de tejido muscular cardiaco, epitelial, nervioso, etc.
P.- En cuanto a la eugenesia activa, propuesta por el
psiquiatra alemán Alfred Hoche (1920), desafortunadamente no es una corriente
que cesara con la caída del nazismo. Ciertas instituciones norteamericanas
siguen practicándola, con un escalofriante refinamiento técnico, en aras de
conseguir individuos intelectualmente superdotados. En algún medio creo haber
oído sobre los trastornos psicológicos que los niños resultantes padecerán según
vayan creciendo. ¿Podría, doctor, concretarnos algo más en qué estado se
encuentran estas prácticas, y si es cierto ese ‘síndrome post eugenésico’
R.- Sinceramente desconozco su existencia, y
afortunadamente creo que ya nadie en el mundo occidental desarrollado sostiene
la llamada “eugenesia social”, entendiendo por tal la que se refiere a la
aplicación de las leyes biológicas de la herencia para perfeccionamiento de la
especie humana, unida a la capacidad de “mejorar” por selección (positiva o
negativa). En términos de eugenesia, la cosa actualmente es más sutil, y hay que
situarla en los significativos logros de las últimas décadas del siglo 20: el
aislamiento de los genes, la posibilidad de manejarlos mediante técnicas de
biología molecular, la biotecnología, la ingeniería genética, los avances de la
biología celular, la capacidad de hacer diagnóstico genético en las fases
iniciales del desarrollo embrionario humano, o en los fetos, e incluso de
modificarlos genéticamente. Todo esto ha puesto a disposición del hombre la
posibilidad de realizar el diagnóstico prenatal o el diagnóstico
preimplantatorio, unido a las técnicas de FIV. Con el tiempo nos situará ante la
posibilidad de practicar una terapia génica prenatal o una ingeniería genética
de mejora. La mayoría de estas actividades abren un nuevo campo de pensamiento y
de actuación para la
Bioética. A continuación planteamos algunas de las objeciones
que se pueden presentar ante este panorama. Se trata de una tecnología de
carácter preventivo, cuya finalidad es la selección o eliminación de embriones,
o la interrupción del embarazo. Por otra parte, se plantea la dificultad
manifiesta de definir que es un carácter a “mejorar”, por su propia relatividad.
Además, existe el riesgo de que aumente la presión de las empresas
biotecnológicas, y de las compañías privadas de seguros médicos, que pueden
hacer que la decisión a la no implanación de embriones, en el caso de la
fertilización in vitro, o de la interrupción del embarazo, sea aún menos libre y
voluntaria que lo es en la actualidad. Los métodos empleados pueden presentar
consecuencias negativas superiores a las ventajas potenciales que reportan.
P.- Con la
Ley sobre técnicas de reproducción asistida (35/88, del 22 de
noviembre), promovida por el Grupo Socialista, se llega al dislate de una
exposición de técnicas varias no suficientemente ponderadas en sí ni en sus
consecuencias: todas ellas orientadas a resolver la infertilidad, bien por
manipulación de gametos como de embriones. Además de no invitar al debate a
profesionales de la
Psicología, Psiquiatría, Sociología, Pediatría o Pedagogía;
vuelve a confundirse el plano ontológico con el gnoseológico, al establecer el
término ‘preembrión’ para conceptuar al óvulo fecundado pero aun no implantado
en sus primeros catorce días. Además impone la prohibición de desarrollar
preembriones ‘in vitro’ más allá de los catorce días, es decir: autoriza a
destruirlos. E, incluso, diferencia entre preembriones, embriones o fetos en
base a su viabilidad: eugenésicamente prioriza la buena salud sobre la vida
misma. En fin, muchísimos puntos sobre los que le agradeceríamos, Dr. Jouve, su
valoración.
R.- Como crítica global a la ley de reproducción
asistida, diría que lo más grave es el abuso del concepto de dignidad. Así en la
exposición de motivos podemos leer: “El que la actividad científica no se
realice al margen de las consideraciones éticas y morales, es una conquista del
mundo democrático y civilizado, en el que el progreso social e individual debe
estar basado en el respeto a la dignidad y libertad humanas”. Sin embargo, la
ley obedece más al deseo de establecer la libertad de actuación en el campo de
la reproducción asistida, que al de defender la vida producida de forma
artificial. De hecho, los embriones quedan desprotegidos en el sentido que usted
indica en su pregunta. En la
Ley del 88 se dejaba en manos de las clínicas de FIV la
posibilidad de crear un número ilimitado de embriones, de implantar un mínimo
elevado de ellos y de almacenar en congelación el resto, sin un control estricto
y riguroso de ello. El resultado ha sido el crecimiento del número de embriones
sobrantes o supernumerarios, fijándose en cerca de 200.000 los que se supone
existen almacenados en congelación, tras 15 años de vigencia de la ley. ¿Nadie
previó este resultado?. ¿Qué se pensaba entonces del incierto destino de los
embriones congelados?. Con aquella ley, se abrió la puerta igualmente a la
“elección de sexo”, por razones terapéuticas. Esto de hecho supone la
destrucción de embriones de varón, para evitar la supuesta aparición de una
enfermedad determinada por un gen dominante ligado al cromosoma X (caso de la
hemofilia), en el niño que había de nacer. Sin embargo, el que una madre sea
portadora de estos genes en heterocigosis, implica que sólo el 50% de sus hijos
varones lo habrían de recibir. No obstante, la ley autoriza a la destrucción de
todos los embriones que directamente pertenezcan al sexo masculino. Téngase en
cuenta, que la hemofilia con ser una enfermedad crónica, no inhabilita a los
varones que la padecen para ningún tipo de actividad, ni impone grandes
limitaciones a su calidad de vida. Por otra parte, con esta ley se introdujo el
término preembrión, del que ya hemos hablado en la pregunta 5, y que de hecho
supone la aceptación abusiva de un concepto absurdo desde el punto de vista de
la biología. Además, la desprotección del menor que naciera como consecuencia de
las prácticas aceptadas en esta ley, queda patente por la arbitrariedad que
supone el hecho de no conocer la identidad del donante, padre o madre,
biológico. Este aspecto de la ley resulta incluso flagrantemente
inconstitucional, por cuanto los hijos nacidos como consecuencia de
la FIV quedan
discriminados, no tienen derecho a conocer cuáles son sus padres, a pesar de que
la constitución española en su artículo 14 declara que todos los españoles son
iguales ante la ley. Finalmente la ley consagra la posibilidad de tener hijos a
los padres que presentan ciertas dificultades, lo cual desde un punto de vista
humanitario está bien. Sin embargo, no parece lógico, desde mi punto de vista,
que el sujeto de la ley, a quien se confiere el derecho, sean los padres, y no
el fruto de la propia tecnología, es decir los hijos. De este modo, lejos de
protegerles, se deja en manos de los padres o de quienes llevan a cabo por deseo
suyo la tarea de garantizarles una descendencia, la posibilidad de producir más
embriones, más vidas humanas, de las que después van a tener la oportunidad de
progresar. Se acepta la selección de los embriones mediante lo que en la
practica se ha establecido como “reducción embrionaria”, o la conservación de
los embriones en congelación, sin una finalidad clara de viabilidad.
P.- Ley 42/88 (28 de diciembre) de donación y
utilización de embriones y fetos humanos o de sus células, tejidos u órganos,
con cuatro capítulos y más ambigua, polémica y disparatada que la anterior.
Resumidamente: se autoriza la donación de embriones o fetos nacidos vivos pero
no viables para la utilización de sus estructuras biológicas: con fines
industriales, terapéuticos o de investigación se fundamenta la experimentación y
tecnología genética. Prima, en fin, la viabilidad (mal entendida) sobre la salud
y la dignidad humana. Nuevamente le pido su criterio acerca de esta segunda
ley.
R.- Esta ley trata de regular el destino de los fetos
expulsados prematuramente, considerados viables, a los que se deberá procurar
tratamiento clínico que favorezca su desarrollo y autonomía vital. Deja en una
ambigüedad calculada, el destino de los fetos no viables, que o no serán
tratados clínicamente, o directamente se autoriza su utilización con fines de
experimentación e investigación, para utilizar sus estructuras y órganos. La ley
se olvida de establecer las condiciones mínimas que garanticen el diagnóstico de
cuando un feto expulsado, es o no viable, así como las normas que deben regir el
control y seguimiento de la donación y utilización de los embriones, los fetos,
sus órganos o sus células.
P.- Y llegamos a la reforma de la Ley 35/1988 aprobada en el 2003. Las
declaraciones de la ministra Ana Pastor (diario ABC, 27/07/03) son
estremecedoras: “dando una solución ética y abierta a la investigación, a un
problema que viene del pasado y que no tiene una solución sencilla... permitir
la investigación como alternativa a su destrucción... respeto a la libertad de
investigación a favor de la salud humana.” Resultó un poco decepcionante el
pronunciamiento del Comité Asesor. ¿Cree, doctor, que esto tiene marcha atrás o
que, por el contrario, vamos de mal en peor?.
R.- Adelanté alguna opinión sobre esta Reforma en la
contestación a la pregunta 27. En primer lugar he de decir que la necesidad de
la reforma era patente, dados los registros alcanzados en la acumulación de los
embriones congelados (sin un control ni un registro a pesar de la obligación de
su implantación), Como primera reflexión, es obvio que la disgregación de las
células de los embriones humanos para establecer líneas celulares supone su
muerte, y por tanto la transgresión de las bases mínimamente éticas de respeto a
la dignidad humana, en flagrante incoherencia con las Declaraciones de los
Derechos Humanos y de la Constitución Española,
cuyo artículo 10 proclama los derechos inviolables que le son inherentes.
Considero mal planteada la posibilidad de investigación con los embriones
sobrantes. De hecho, con la reforma se justifica que la producción in vitro de
los embriones tenga dos fines, donde antes solo había uno. Ya no solo se
producirán embriones como un medio de reproducción asistida, con todos los
defectos de la desprotección de los mismos, sino que, tras la reforma
legislativa, los embriones no implantados, que se supone que tienen la misma
condición y categoría humana que los que se implanten, podrán ser uilizados para
su disgregación y creación de líneas celulares. Eso sí, cuando se disponga del
consentimiento informado de sus progenitores, o si esto no es posible, del
centro de reproducción asistida responsable de su
custodia.
La reforma abunda en el error al aplicar
términos incorrectos o poco respetuosos con la vida humana de los embriones
(preembrión, estructuras biológicas, masa de células, etc.).
Por otro lado, la reforma legislativa
ignora la realidad de lo que está pasando en la actualidad en materia de
investigación con las células madre. Es particularmente curioso constatar que
mientras que la ciencia está revelando las especiales ventajas de las células
madre de adulto, que no plantean ningún problema ético, frente a las procedentes
de embriones, nuestros gobernantes actuales, jaleados por investigadores
interesados y/o intereses políticos, se afanan en decretar a favor del uso de
las de origen embrionario. Varios descubrimientos recientes lo ponen de
manifiesto. En junio de 2003. la prestigiosa revista Nature Biotechnology,
publicaba un artículo firmado por el Dr. David Hess[18] y sus colaboradores del
Robarts Research Institute de Canadá (http://www.robarts.ca/ ) en el que
demostraban el éxito en la regeneración de islotes y estructuras ductales de
páncreas de ratones a los que se había inducido diabetes Mellitus (Tipo I). Los
autores transplantaron células madre de adulto, procedentes de médula ósea y
observaron que éstas se injertaban correctamente. Como consecuencia del
transplante y regeneración de los tejidos dañados, se producía una reducción
considerable del nivel de azúcar en sangre y un aumento de la producción de
insulina. Las células injertadas no producían por sí mismas la insulina, pero
inducían un rápido proceso de proliferación de tejido pancreático dañado en el
animal, incluida la neogénesis de células de los islotes, secretoras de
insulina. Poco después, la revista especializada Stem Cells publicaba un trabajo
de Michel Young[19] y otros investigadores del Hospital Infantil del condado de
Orange y del Salk Institute de LaJolla (California), en el que presentaban los
resultados del transplante de células madre de adulto del hipocampo cerebral. en
ojos deteriorados de rata. Según estas investigaciones, las células madre
cerebrales transplantadas no solo no producían la reacción del sistema
inmunológico del receptor, sino que se mantenían y proliferaban hacia diferentes
especialidades celulares, con potencial aplicación en la corrección de retinitis
pigmentosa, degeneración de la mácula, y otras afecciones de carácter
degenerativo celular. Este hallazgo es de gran importancia, dado que además de
la pluripotencialidad ciertas células madre de adulto, como ahora demuestran las
cerebrales, son invisibles al sistema inmunológico del receptor.
En Julio de 2003, John Gurdon[20] y sus
colaboradores de la
Universidad de Cambridge (Reino Unido), publicaban un trabajo
en Current Biology, que demuestra la posibilidad de activar en células
procedentes de tejidos adultos un gen llamado oct-4, que está normalmente activo
en las células embrionarias pero no en las de adulto, siendo a su vez el gen más
característico y diagnóstico de las células madre pluripotentes. En su trabajo
los autores concluían que la capacidad de activar este gen supone un paso de
gran interés hacia el establecimiento a largo plazo de un procedimiento de
reprogramación celular realmente accesible en células humanas de adulto con
fines terapéuticos de regeneración celular.
Son notables igualmente los resultados
conseguidos en la regeneración del tejido cardíaco dañado mediante una
repoblación con células del propio paciente procedentes de médula ósea, músculo
no cardíaco u otras fuentes de tejidos somáticos.
También es de gran interés un trabajo
reciente, dirigido por Steven Goldman[21], realizado en las universidades de
Cornell y Rochester, en Nueva York, y publicado marzo de 2004 en Nature
Biotechnology en el que se muestra una técnica para obtener células madre a
partir de células neuronales fetales, que son capaces de generar neuronas y
otras células nerviosas, aplicables a diversos trastornos neurológicos, entre
ellos, las lesiones de médula ósea. Lo más interesante de esta investigación es
el logro de la prolongación de la vida de estas células en cultivo hasta
convertirlas en células madre prácticamente inmortales, merced a su modificación
genética mediante la introducción del gen de la transcriptasa inversa de la
telomerasa. Esto ha permitido que a partir de estas células se obtengan diversos
tipos de células nerviosas, y entre ellas neuronas de la médula espinal, que se
podrían aplicar para la curación de lesiones medulares.
Tras todos estos avances, parece cada
vez más claro la precipitación de la Ley en la parte que trata de la
investigación con células madre embrionarias. No era urgente ni necesario
reformar la Ley
para estimular investigaciones con células procedentes de embriones, máxime
habiendo tantos indebidamente congelados, y bastando probablemente con una
decena de ellos para producir las líneas celulares necesarias para que
investigasen legiones de científicos que lo deseasen durante décadas.
Esta reforma legislativa va a permitir
la disgregación de las células de los embriones humanos para establecer líneas
celulares. Sin embargo, la
SIBI (Sociedad Ínternacional de Bioética) previno este tipo de
manipulaciones en el importante Congreso de Bioética celebrado en Gijón en junio
del año 2000, en el que se dieron cita numerosos investigadores, médicos,
científicos y especialistas de la ética y del pensamiento Humano. Debemos
recordar las palabras textuales que respecto al tema de la clonación, resumían a
modo de conclusión el pensamiento de los participantes en su Artículo 10º, en el
que se señalaba: “La creación de individuos humanos genéticamente idénticos por
clonación debe prohibirse. La utilización de células troncales con fines
terapéuticos debe permitirse siempre que la obtención de esas células no
implique la destrucción de embriones”. Dicho lo cual hay que recordar además que
el Convenio relativo a los Derechos Fundamentales y la Biomedicina del Consejo de
Europa, que es una norma que España ha ratificado, por lo que se ha incorporado
a nuestro Derecho interno, establece, a tenor de su artículo 18, Experimentación
con embriones in vitro que: “Cuando la experimentación con embriones in vitro
esté admitida por ley ,ésta deberá establecer una protección adecuada para el
embrión”. Es patente que la reforma de la Ley del 88, ha desatendido estas
recomendaciones.
P.- Y, finalmente, con toda nuestra gratitud, quisiera
nos expusiera su previsión de futuro. ¿Hay expectativas de ir alcanzando una
verdadera protección de la vida humana? ¿Podrá frenarse esta carrera hacia la
muerte y contra el ser humano? ¿Qué podemos hacer, en fin, por ampliar el foro
-más allá de creencias- defensor de la vida?
R.- En mi opinión, es difícil dar marcha atrás en una
situación como la actual, con varias reformas legislativas que lejos de proteger
la vida humana, han ido muy lejos. Lo que podemos hacer, los que creemos tener
claras las ideas y debidamente asentados los fundamentos científicos y morales,
es procurar divulgarlos con la máxima transparencia, firmeza y honestidad, pero
sobre todo haciendo hincapié en aquellos aspectos en los que pensemos que la
sociedad carece de información, o ha sido mal informada. Existen demasiados
intereses de carácter político y económico en juego, lo que hace más difícil
nuestra tarea. Sin embargo, juzgo con optimismo el sentido común de la mayoría
de las personas, y mi experiencia es que con el diálogo y la razón se puede
abrir la mente a muchas personas que no han tenido la oportunidad de escuchar o
acceder a una información rigurosa y veraz sobre la trascendencia de lo que nos
estamos jugando con la desprotección de la vida humana, al menos en su etapa de
mayor fragilidad. Entiendo igualmente que no es aceptable la acusación de que la
defensa de la vida tiene que ver con las creencias religiosas. Existen sobrados
argumentos de carácter filosófico, ético y científico que coinciden en la misma
idea de la protección de la vida que el cristianismo defendió desde sus
orígenes
P.- Agradeciéndole su deferencia para con esta
intervención, sólo me queda invitarle a añadir cuanto considere oportuno si así
lo cree oportuno. Muchísimas gracias, doctor Nicolás Jouve de la
Barreda.
R.- Únicamente expresar mi agradecimiento por la
oportunidad de formular en unas cuantas líneas los argumentos que muchos
compartimos, con la esperanza de que lleguen a muchas personas que están
deseosas de conocerlos y contrastarlos con otras opiniones. Me gustaría, no
obstante que lo que el entrevistado ha señalado aquí, se considere más como una
forma de pensar basada en hechos objetivos, demostraciones experimentales y
deducciones científicas, que en meros deseos personales u opiniones
subjetivas.
NOTAS
[1] Catedrático de Genética de
la
Universidad de Alcalá. Dr en Ciencias Biológicas. Imparte
cursos de Genética en la
Facultad de Medicina y de Genética Evolutiva en la Facultad de Biología de
la
Universidad de Alcalá (UAH). Director del Departamento de
Biología Celular y Genética de la UAH Fue Director de la Unidad de Biología Molecular
de la UAH.
Premio de Investigación del Consejo Social de la UAH en 1991 y Premio de
Docencia del Consejo Social de la
UAH en 1996. Fue Presidente electo de la Sociedad Española de
Genética (SEG) desde 1990
a 1994 (600 socios). Cofundador y signatario de
la Federación
Europea de las Sociedades de Genética en Birmingham
(Inglaterra) en 1984 (más de 20.000 federados). Desarrolló una Estancia de
Postgrado en la la
Universidad de Columbia (Missouri, EE.UU.) en 1988. Sus lineas
de investigación se enmarcan en la temática general: genética, citogenética,
biotecnología , biología molecular y genómica de plantas con aplicaciones en
mejora vegetal. Tiene cerca de 200 publicaciones en revistas de la especialidad.
Con anterioridad fue Profesor en otras 4 Universidades: Complutense (1969-1972);
Adjunto de Genética en la
Politécnica de Madrid (1972-77); Profesor Agregado de Genética
en las Universidades del País Vasco (1977-79) y Catedrático de Genética en
la
Universidad de Córdoba (1980-81). En los últimos años ha
intensificado su actividad en temas de Bioética. Es colaborador de
la Cátedra
UNESCO de Bioética y Biojurídica, dirigida por la Dra. Mª Dolores Vila-Coro,
en cuyo Programa de Doctorado participa.
[2]
POTTER, V.R. 1970. Bioethics, the science of survival. Perspectives in Biology
and Medicine, 14: 127-153.
[3]
REICH, W.T. 1995. The word "bioethics": the struggle over its earliest meanings.
Kennedy Institute of Ethics Journal, 5(1):19-34.
[4]
SGRECCIA, E. 1994. Manueale di Bioética. (2ª ed.). Vita e Pensiero.
Milan.
[5] D’AGOSTINO 2003. “La Bioética, las
Biotecnologías y el problema de la identidad de la persona” En JOUVE, N, GEREZ,
G., y SAZ, J. M. (coord.) “Genoma Humano y Clonación: perspectivas e
interrogantes sobre el hombre”, Alcalá de Henares, Aula Abierta, 21, Universidad
de Alcalá, I.S.B.N. 84-8138-551-4, Alcalá de
Henares.pp.143-152.
[6] VILA-CORO, M.D. 2003.
“La Bioética
en la
Encrucijada. Sexualidad,Aborto,Eutanasia”. Dykinson.
Madrid.
[7] SCOLA, A. .1999. ¿Qué es la vida?.
La bioética a debate. Ediciones Encuentro, Madrid.
[8]
ROTHMAN, B.K. (200). Recreating motherhood. Rutgers Univ. Press.
[9] Melina, L. (1999) Reconocer la vida.
Problemas epistemológicos de la Bioética. En ¿Qué es la vida?.
La bioética a debate. Ediciones Encuentro, Madrid.
[10] Hasta abril de 2004 se ha
conseguido secuenciar completo el genoma de tres mamíferos: hombre, rata (Rattus
norvegicus), y ratón, Mus musculus)., Además de cientos de especies bacterianas,
la levadura (Sacharomyces cerevisiae), dos especies vegetales (Arabidopsis
thaliana y el arroz, Oriza sativa), un gusano (Caenorhadditis elegans), un
insecto (Drosophila melanogaster), la levadura (Sacharomyces cerevisiae),
[11] Se debe distinguir entre quimeras
cigóticas y postzigóticas. Las cigóticas se deben a la fecundación simultánea
del ovocito por un espermatozoide y de un cuerpo polar del mismo ovocito por
otro espermatozoide, originando un solo individuo. Las quimeras postcigóticas se
producen por la fusión de dos embriones distintos, a lo largo del desarrollo y
normalmente en sus primeros estadios de
segmentación.
[12] MARTINEZ CAMINO, J. A. 2003.
Biotecnología y antropología teológica. En Genoma Humano y Clonación:
perspectivas e interrogantes sobre el hombre, (JOUVE, N, GEREZ, G., y SAZ, J. M.
(coord.) Aula Abierta, 21, Universidad de Alcalá, I.S.B.N. 84-8138-551-4, Alcalá
de Henares
[13] GUARDINI, R. 1967. La existencia
del cristianismo. Bibioteca de Autores Cristianos.
Madrid.
[14] GRACIA, D. 1993. Problemas
filosóficos en Genética y en Embriología. En (F.Abel, C.Cañón, eds.), La
mediación de la
Filosofía en la construcción de la Bioética, Univ. Pontif. Comillas,
Madrid, y Fed. Int. Univ. Católicas, pp. 215-254
[15] la región seudoautosómica, también
llamada apareante es región homóloga distal de ambos cromosomas por las se se
produce el apareamiento en la profase meiótica
[16] FERRER, U. 2002. ¿Qué significa ser
persona?. Biblioteca Palabra, Madrid
[17] HWANG, S. y col.. 2004. Evidence
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blastocyst. Science 303 (5664): 1669-1674
[18] Hess, D., y col. 2003. Bone-marrow derived stem cells initiate
pancreatic regeneration. Nature Biotechnology 21 (7): 763-770
[19] HORI, J., YOUNG, .J. y col. 2003. Neutal progenitor cells lack
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[20] BYRNE, J.A., SIMONSSON, S., WETERN, P.S., GURDON,J.B. 2003. Nuclei
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fetal spinal cord. Nature Biotechnology
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Publicado en Revista Arbil n°
80